No soy ningún veterano equilibrista sin miedo al abismo bajo lo pies. En realidad, me siento como el tímido aprendiz que sigue los pasos de su maestro. Asustado por un aliento invisible en la nuca, el rolar de un viento espectral a levante y poniente, la cuerda que se tambalea y la barra de equilibrio que flirtea con el suelo. Y fatigado lucho por contener el vértigo. Y entonces, lo que queda de mí son sólo balbuceos.
Vértigo al vacío bajo los pies, vacío de una hoja en blanco, al universo en potencia que se proyecta más allá de las torpes esquinas de ese papel. El simple gesto de coger un lápiz, sentirlo entre los dedos, trazar un par de letras, componer unas palabras, parece tan sencillo. Sin embargo, cuántos miles, millones de variables con unos pocos signos. El universo literario parte del juego del lenguaje y se expande continuamente, es imposible de abarcar. Tantos libros pueden dejarse atrás en un paso, cuántas novelas, cuántos poetas, y los que no saben que lo son, y los anónimos…
Equilibrio. Caminar por una cuerda floja, por el fino trazo que dibuja volátiles laberintos de carboncillo. Un fino trazo en un papel plano, y sin embargo, hay un mundo ahí detrás, en el fondo de la hoja escrita, tan real como el que tocamos con los sentidos. Ahí está el equilibrio: en esa cuerda, en sus notas, en las palabras. Palabras. Jeroglíficos al fin y al cabo, juguetes de niño, piezas de un juego de construcción, esos puzzles de colores. Componer, experimentar, mover, quitar. Sin el juego, qué seríamos. Y qué seríamos, qué sería esto sin alguien a quien contar, sin el que nos mira y oye. Sólo signos vacíos alineados, letras huérfanas. Al final es el de enfrente el que pone la melodía.
Escribir es caminar por esta fina cuerda de lo alto que separa lo vivido de lo soñado, lo real de lo fantástico. Y sin embargo a veces se tambalea, y uno no sabe bien dónde pisa. Cuerda antojada de mundos diáfanos, curvas sinuosas de sus recovecos, a veces deseas verla romperse y caer, o lanzarte, abandonarla definitivamente, saborear el vértigo. Y sin embargo ahí sigues, ahí sigue la cuerda.
Equilibrios y vértigos… Contener, contenerse. A un lado, ser otro, dejarse contener, dejarse poseer. A otro lado, lograr efectivamente ser
otro y no parecer uno mismo. Cuántas vidas para una sola… En un sólo lado de la barra de equilibrios están tus obsesiones, pasiones oscuras, sensaciones, deseos, odios, experiencias… vértigos. A veces es difícil aguantar la tentación de acariciar la cadera al vértigo, y deshacerse en tu crónica vital, una irrefrenable cantinela, una verborrea de sentimientos y frustraciones. Sin embargo, esos vértigos te recuerdan quién eres, dulces vértigos, ¿somos algo sin esos fantasmas del equipaje? Vértigos que empujan a hacer de ese
otro un espejo, reflejo de palabras en un marco de papel. Pero en vez de eso hay que mirarse en un lago, tirar la piedra y ver las ondas en tu reflejo: buscar el equilibrio. O quizá no, quizá sea mejor bailar ese otro ritmo, el de los versos: hacer malabares con metáforas, destriparse tras cortinas de seda, o simplemente desnudarse, mostrarse sin tapujos. A veces me pregunto si realmente hay un equilibrio, un ritmo que seguir, al fin y al cabo ¿qué es el equilibrio? Un invento… un castillo de arena enfrente de un huracán, la obsesión enfermiza de un científico por establecer categorías, encarcelar la marea aleatoria del mundo en botes de plástico… Y sin embargo ahí está. Quizá lo mejor sea tirarse de la cuerda, perderse en el hombro de un amigo y simplemente hablar, contar, llorar, reír, aunque se haga de noche y los parques estén cerrados. De nuevo, buscar el equilibrio.
Quizá este camino es así por aquello de que el uno no puede vivir sin su contrario. Sin vértigos no habría equilibrios y al revés. Para encontrar a uno hay que buscar al otro. Vértigos jalando arriba y abajo. Vértigos humos que suben a la cabeza, que sacan los pies fuera del tiesto. Vértigos fantasmas, que hunden en el barro, paralizan las piernas. Vértigos miedos. Vértigos invisibles que erizan la espalda para reafirmar su existencia. Equilibrios vitales, equilibrios emocionales, equilibrios en las relaciones. Equilibrios biológicos, psicológicos, fisiológicos, pero un equilibrio patológico, obsesivo compulsivo, te puede volver un desequilibrado. Equilibrios económicos en esta sinfonía de crisis, papel-moneda, contrato-negocio. Creer, pero no creerse. Sensible pero no sensiblero. Original o universal, pero no tópico. Ser crítico y no censurarse. Sincero y verosímil. Decir cosas sin decirlas o dar demasiadas explicaciones. Vértigos y equilibrios, en fin, contar y narrar, vivir y escribir.
Hay días en que necesito un trago de vértigo, hoy tampoco he podido mantener el equilibrio.