lunes, 11 de julio de 2011

El Sentido del Lobo Común (publicado en "El Animalario de Alicia")

Ilustración by Francisco Cabillas
Después de dejar la merienda del sombrerero, Alicia tomó un camino del bosque y se encontró otra madriguera (era más grande que la primera) y pensó que igual que había una madriguera de entrada podía haber otra de salida (aunque quizás la salida llegara a las antípodas de Inglaterra). Así que fue acercándose con cuidado (no fuera a aparecer otro conejo blanco) pero justo cuando fue a agacharse para ver la abertura, un lobo enorme salió corriendo de su interior como una exhalación y se plantó delante de Alicia. La niña se asustó por su aspecto feroz, pero pronto vio que ella no era el objeto de su mirada inquietante.

El lobo que llevaba en la cabeza un gorro como el que se le pone a los bebés y un babero en el que estaba escrita la palabra LOBO, miraba para un lado y otro con gesto desesperado. A punto estuvo Alicia de volver sigilosamente por donde había venido cuando la voz del lobo la detuvo: 

–Eh tú espera. Calumnia, ¿tú me has visto por aquí?
–No te había visto nunca –dijo Alicia con voz temblorosa– pero ahora te estoy viendo claramente.
–¿En serio? ¿Dónde???? ¿Claramente? Quieres decir “no con oscuridad”, pues en tal caso no podrías verme –dijo el lobo cogiendo con sus zarpas los brazos de Alicia y zarandeándola impetuosamente.

–Eh… pues sí… te veo… delante de mí –dijo Alicia.
El lobo soltó a Alicia y miró primero al suelo y luego hacia arriba como buscando algo.
–¡Menticata! ¡Menterosa! ¡¡Aquí no estoy!! –exclamó el lobo con vehemencia.
–¡Eh! No es de buena educación insultar –dijo Alicia– y en todo caso sería más correcto decir mentecata y mentirosa.
–Si fuera más correcto te llamaría mantecosa pringosa.
–Eso sí que ha sido cortante –dijo Alicia sin saber muy bien lo que significaba aquella expresión… 
–¿Cortante? Óyeme Camelia no podría ser ni cortante ni mucho menos puntiagudo. Ni tampoco afilado ni certero ni tajante ni contundente ni aplastante. No se trata de una espada ni de una flecha, ni de una aguja, ni de una roca. Es más, si fuera una flecha ¿cómo podría acertarte siendo tan pringosa? Sin duda la flecha se resbalaría, jamás acertaría en el centro de la diana. Y si fuese una aguja, ¿cómo podría pincharte? Y una espada, ¿cómo podría ser cortante en una cosa tan pringosa como tú? ¿Y cómo iba a ser aplastante si fuese una roca?
–Oh. Quizá tenga razón. –continuó Alicia– De todas formas el que confundió las letras eres tú.
–¿Qué tú? ¿Quién es tú?
–Tú –repuso Alicia–. Tú eres tú. Y yo soy yo.
–¿Yooooo? Aquí el único yo soy yo, y yo no encuentro a yo. Yo estoy perdido.
–No entiendo nada.
–No hay nada que entender, Jeringa, sólo que hay un yo perdido.

 Alicia estaba tan confundida que intentó cambiar de tema:

–Dime, ¿cómo te llamas?
–Ese es el problema –dijo el lobo.
–Ah no recuerdas cómo te llamas –procuró deducir Alicia deseosa de encontrar una solución lógica–. Tienes amnesia.
–¿Amnesia? No sé lo que es eso, nunca he tenido una amnesia. Quizás te refieras a una amebáfora o una amebabeta. Son muy útiles en invierno, Priscila.
–¿Entonces cuál es el problema? –dijo Alicia visiblemente sofocada.
–El problema es ser un solitario, sí, Macetina, ése es el problema. Fue el caracoliflor el que me robó, ¡estoy seguro!
–¿El caracoliflor?
–Sí –afirmó con seguridad el lobo–, ¿es que no sabes quién es? Pero si es conocido en las cuatro puntas del pañuelo.
–¿Pañuelo? Cada vez te entiendo menos.
–Ya te dije que no hay nada que entender, Mandarina, tienes un sentido común poco común. ¿No oíste nunca que el mundo es un pañuelo?
–No me llamo Mandarina. Y ¿por qué me pones un nombre distinto en cada frase que dices?
–¡Cómo si fuera tan fácil agarrar un nombre, mi querida Ester Cólera!
–En todo caso querrás decir que fue un caracol u una coliflor la que te quitó el nombre –dijo Alicia sin estar segura de lo que estaban pronunciando sus labios.
–Jamás oí de tales cosas –repuso el lobo.
–Quizá es que les cambiaste el nombre —dijo Alicia.
–Quizá es que tú usas poco el sentido común para llamar a cada cosa por su nombre.
–Pero si tú eres el primero que le pone a cada cosa un nombre distinto cada vez.
–Pero uso mi sentido común –entonces el lobo sacó algo que parecía un sonajero con mango largo, pero por su tamaño el objeto recordaba más bien un cazamariposas–. Aquí está mi sentido común –afirmó contundente.
–¿Eso es tu sentido común? –indagó Alicia.
–Y estoy muy ocupado buscándome. Y ahora por tu culpa, he perdido también el tiempo. Ahora tendré dos cosas que buscar. Pero atiende, Minurcia, con esto atraparé a mi yo y al tiempo –dijo el lobo, y mientras lo decía agitaba el artilugio como si estuviera cazando mariposas.
–Pues espero que tengas suerte –dijo Alicia que ya  estaba cansada y amagaba con darse la vuelta y volver por donde había venido sin despedirse.
–Puesto que insistes te contaré la historia, mi querida Sibilina –dijo el lobo mirando de reojo a Alicia. Hace mucho tiempo yo me llamaba Roma, pero después resulta que luego me llamaba Romo o Remo, y después Lomo, luego Loco, y luego Toco, Tomo, Temo, Mote, Mota, Moto, Moco, Boco y luego Bolo… Pero ahora he perdido a yo y no sé cómo me llamo.

Alicia procurando buscar un atajo que la sacara del enredo dijo: 

–Quizá yo pueda ayudarte. Mira en el babero que llevas puesto. Hay un nombre ahí, puede que sea lo que buscas.
–Sería fácil si supiera leer.
–Yo sí sé y ahí dice LOBO.
–Imposible –sentenció el lobo.
–Pero si eres un lobo y te llamas lobo. Salta a la vista.
–Imposible, querida Legaña. Yo no soy un lobo, soy una perdiz. Y ahora debería salir volando a buscarme en lugar de estar contigo, Musaraña.
–¡En efecto! –repuso Alicia enojada– ¡Ya deberías marcharte!
–¿Marcharme? Imposible, puesto que nunca me he movido de aquí. Eres tú la que ha venido a hacerme perder cosas… Hmmm, ya entiendo. Fuiste tú la que encargaste al caracoliflor que me robara mi yo. Después de todo antes de verte yo estaba tranquilamente durmiendo y comiendo conmigo y desde que llegaste ya no estaba conmigo. ¡Devuélveme ahora mismo! 

El lobo a punto estuvo de lanzarse sobre la niña, pero justo en el último momento, un grupo de naipes con alas de mariposa apareció revoloteando entre los árboles. Entonces el lobo exclamó: 
  
–¡Al fin me encuentro! ¡YO! ¡¡¡¡Solitario!!!! 

 Y se abalanzó sobre los naipes agitando su sentido común para capturarlos.


Publicado en "El Animalario de Alicia", cuadernillo del Club de Lecturas Libres.
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