En esa embarullada y confusa época de la adolescencia, yo necesitaba la figura de un escritor al que idolatrar. Alguien que fuera el máximo héroe al que un pobre chaval juntaletras podía aspirar. Pero mentiría si digo que me comportaba como el alumno que estudia conzienduamente la obra de su maestro en pos de seguir su
camino. Más bien era como Daniel Larusso al principio de Karate Kid, cuando se flipa
pensando que con hacer tres aspavientos y medio ya se convierte uno en el señor Miyagi, maestro karateka. Así que busqué ese referente, pero daba igual no haber leído nada suyo ni tener claro lo que era el oficio de escritor. En el laberinto oscuro, melodramático e hiperhormonado en el que me encontraba perdido, yo estaba seguro de que aquella figura que había logrado grabar su nombre en la historia desafiando a la muerte y a la
tiranía del olvido (respirad), abriría el chorrazo de luz que me revelaría el camino. Él solucionaría todas mis dudas con el futuro y mis frustraciones en el presente. Él sería el profeta, el héroe, el Superman...
Y es que yo me había marcado el objetivo de escribir, pero lo que quería sobre todo era ser conocido. Muy conocido. Universal e intemporalmente conocido. Quería comunicar, sí, pero también y antes que eso quería que el mundo mirara mi nombre escrito en todas partes con letras de neón. En mis pajillas mentales solía verme como el premio nobel más joven de la historia. Con dieciocho años. Y dos cojones. Es cierto que todos tenemos ese punto de ego que nos invita a trascender, pero aquella fantasía era como si las noticias literarias salieran en la SuperPop. Yo creo que no deseaba ese trofeo tanto por la fama o por vanidad, sino por una necesidad de aprobación cimentada en lo solo que me sentía. Aquellos espejismos eran como un tripi del que salía con un colocón de falsa autoestima que se evaporaba al cuarto de hora dejándome con una resaca de autocompasión.
Y en estas que aparece mi señor Miyagi: El Poeta. Yo había participado en un certamen durante los últimos cursos de la E.G.B. que llevaba el nombre de García Gutiérrez. Mi padre había nacido y crecido en la Plazuela Patiño, donde hay un busto de García Gutiérrez. Esto se debe a que en esa misma calle hay una casa con una placa que pone: "Aquí nació García Gutiérrez". Y el instituto en el que yo estudiaba tenía el nombre de ¿cómo no? García Gutiérrez. Las señales estaban ahí. Aquel hombre era mi faro a seguir. Vale, no era tan molón como una estrella del pop, ni tan épico como un superhéroe o un prota de los dibujitos chinos, pero si yo quería ser escritor tenía que tener un héroe enfrente para poner un poster con su foto en mi cuarto. Ahí estaba yo con el encoñamiento de una grupi mojabragas que piensa en su ídolo hasta cuando está dando de cuerpo (qué genial es este eufemismo de nuestras
abuelas).
Del Poeta yo sólo sabía que fue un escritor del siglo XIX, famoso y romántico, y que había escrito teatro. Eso y que había nacido en Chiclana. ¡Un escritor que fue famoso y encima de Chiclana! Eso me permitía hacer tentadoras analogías y fantasear con que si él había logrado tener éxito y transmitir su obra naciendo en un pueblillo escasamente culto, por qué no podía hacer yo lo mismo. Lo imaginaba como el maestro puro e intachable, un Yoda de la literatura, dedicado en cuerpo y alma a la abnegada tarea de escribir, esa que a mí tanto trabajo me costaba lograr. El principal problema era que yo no estaba por la labor de ponerme a leer un libro de El Poeta. Ni del Poeta ni de nadie, porque estaba demasiado ocupado con mis quehaceres lúdicos manejando un avatar en épicas leyendas interactivas; o bien dedicado a reiterar la estimulante labor de verter efluvios púberes con el posterior empleo de numerosos rollos de papel higiénico para proceder a una pertinente y necesaria higiene... ... ... Jugando a la Play y haciéndome pajas, vamos.
Mi tuto: el "Poeta" (Noticias Dechiclana) |
Con el tiempo me fui metiendo más en harina literaria y cambié al Poeta por otros autores en los que me sentía reconocido por algún detalle de su vida o su obra. Pero no os voy a engañar: a todos me acerqué muy superficialmente y a todos les coloqué ese halo a medias entre místico y heroico: Fernando Quiñones (¡gaditano pero nacido en Chiclana! ¡y encima usa el habla del pueblo, con lo que a mí me gusta!), Paul Auster (¡solitario y oscuro! ¡y neoyorquino, con lo que mola New York en las pelis!) y Haruki Murakami (¡japonés! ¡como los dibujitos!). Más tarde me acabé fijando en gente que conocía en persona y que tenía cerca: mis profes Miguel Ángel García Árgüez y Nieves Vázquez ejercieron una fascinación en mí que todavía dura. También descubrí en esta época que tuve un antepasado que fue célebre en Chiclana por sus gestas atléticas y por su gusto por la poesía, lo que le valió para que el pueblo le endilgara el apodo, no sé si cariñoso o sarcástico, de "El Loco Verdugo" (pero eso sería para otro texto). Con el tiempo, te das cuenta de que ninguno de esos ídolos es ese superhéroe que tenías en la cabeza, que todos han pasado y pasan por sus penurias. Que en el fondo, afortunadamente, todos son igual de humanos que tú.
Pza Patiño: Busto de GG (dcha.) y casa de mi padre (izqda.) |
"Lisa Simpson, ganadora del premio Nobel de Judo" (Homer Simpson durante una visita al psicólogo escolar, imaginando el brillante futuro que le espera a su hija Lisa) |
2 comentarios:
Deivi, gracias por recordarnos una vez más la importancia de nuestro Poeta.
Para mí ha sido todo un descubrimiento, y para descubrir nunca es tarde.
Un beso ;)
A ti que estás leyendo esto, te dejo las siguientes menciones...
Que tengas un fin de semana colmado de bendiciones,
para que tu corazón siga siendo un vergel de emociones.
Que a donde mires veas amor, siendo un toque de esperanza
y hacía donde camines encuentres la felicidad con templanza.
Esta que te quiere
y nunca te interfiere...
Atte.
María Del Carmen
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