jueves, 27 de noviembre de 2008

Brut



Ya basta de engalanarte
Basta de escribir para ti
No más maquillaje
Olvida el maquillage
Basta de cotas más altas
árboles más verdes
risas más flojas
No más cortinas de seda
tapando mis tripas.
ESTO ES UNA CARNICERÍA:
Tripas envueltas en trapos usados
Rosas calvas como muchachas taladradas de piercings
Lenguas que sangran.
De apósitos, tiritas y enfermeras
ya basta.

Carne, carne y carne
Quiero bocados marcados en el cuello con lenguas de fuego,
Versos gargajeados como clavos en la laringe
tintineando en la escupidera
la perorata del cowboy,
Lágrimas insomnes a las tres de la madrugada.
Ya no quiero más esas viejas metáforas nuestras.
Mira esta asimétrica montaña de basura
que brota en tu extrarradio, en tus chabolas,
de mi semen insepulto
perdido y alelado
libado para ti.
Mira este berrido
que despereza a los trolls, a los fantasmas y a los muñecos,
a los sapos nunca príncipes,
por el imberbe tictac que aún me taladra el pecho.

Ya casi me da igual perderte
Esto es lo que hay:
Garabatos
Balbuceos

martes, 18 de noviembre de 2008

Conejo Blanco




Conejo blanco,
qué presto y corredor vas,
de que me llevas detrás
no te das cuenta.

¿Qué es esta afrenta? ¿Es por ventura?
¿Es que al cenit nunca llega en tu reloj la aguja?

Tan grácil
Tan sinuosa
Tan hermosa es tu figura
que mi deseo de atraparte
ya se tornó en locura.

Horror que el miedo alienta
de que sea antes la reina,
soberana del destino,
quien afile su hoja cruenta
en inevitable juicio.

Dime conejo blanco,
de mis delirios testigo,
dime por qué huyes de mí
entre monstruos y caminos,
¿acaso todo es un sueño?
¿no sabes que te persigo?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El Misterio de las Nubes



Fue como entrar en un mundo sorprendente, difuso y nebuloso, lleno de sensaciones inesperadas. Me introduje en una marea de pantalones de algodón, zapatos de domingo y trajes de volantes. Arriba, por encima de mí, era todo un ajetreo de miradas, un murmullo sostenido de voces. Abajo el escupir amarillo del albero en el marrón recién estrenado de mis zapatos. El relente húmedo de verano pellizcaba de vez en cuando bajo las mangas cortas y en las mejillas. Las agitadas voces y los tropiezos con algún desconocido poco cuidadoso me provocaban un estupor que me retumbaba en el pecho recorriéndome luego el cuerpo, y lo sentía mitigar sólo cuando estrechaba la mano cogida a mi madre.

La muchedumbre coagulaba la calle por todas partes y nuestros pasos eran lentos y entrecortados. La parte izquierda era una hilera de monstruos que resoplaban bufidos de humo. Vivían en unos castillos de paredes pintadas con escenas de dragones que peleaban con guerreros y amazonas desnudas. Cerca de allí, prisionero en una cabina de cristal, un hombre con barba, melena rizada y vaqueros rotos vendía fichas de plástico, vales por un viaje de ida y vuelta por unas sinuosas vías de metal. Un poco más adelante un barco era mecido en el aire por grandes columnas de metal. Podía sentir la gigantesca quilla pendular cerca de mi nariz, oír los gritos de los polizones metidos en jaulas. Aquello me hacía estremecer, pero a la vez el balanceo me hipnotizaba sin dejarme apartar la vista. En la parte derecha de la calle se apelotonaban los cuerpos contra unas grandes casetas blancas que a mis ojos se perdían en lo alto. Estaban pobladas por un enjambre de muñecas y animalillos blandos y peludos. Bajo ellos un hombre metido allí dentro chillaba con una voz estridente y metálica.

Los gritos, las voces y la música se revolcaban entre sí por toda la calle y se apretaban contra el cielo oscuro. Yo caminaba siempre de la mano siguiendo la estela de mi madre por la calle asfixiada, cuando de pronto me sorprendió un olor fresco, que en aquel momento me pareció balsámico. Cuando el gentío se fue apartando, pude ver unos chorros de agua bañando las tajadas de un extraño fruto blanco, unas esferas que por fuera parecían un rostro todo barbas y cejas. El poso tropical dentro de aquellas frutas seducía mi olfato. Seguí la expedición por el país de colores y olores que se desplegaba en aquella barraca: experimentos con manzanas que se cubrían de un líquido rojo y brillante, piruletas de colores que no había imaginado nunca, almendras y piñones que se traslucían dentro de unas radiantes tabletas marrones. Entonces, una mujer detrás del mostrador me dijo algo que no acerté a entender por el murmullo de voces (tan sólo noté su acento cándido y exótico) y sacó algo de una máquina que yo no alcanzaba a ver. Me acercó un palo con lo que parecía una nube rosada de hebras vaporosas como de algodón. Sentí el olor del azúcar caliente erizando el paladar y las caricias humeantes en mi nariz fría. Cogí un pellizco y me lo llevé a la boca. Me saludó un sabor dulce y agradable, que enseguida se colaba sin permiso por todas partes de la boca y me hacía suaves cosquillas en la garganta. No podía dar explicación a aquella sensación desconocida y placentera, como de un buen sueño. Pero sólo un segundo después, sin que pudiera retener siquiera el sabor, recordarlo, el trocito de nube se despedía como evaporándose, se escapaba como queriendo volver al cielo.

Repetí la operación, seguro de que esta vez no escaparía, pero de nuevo aquel placer seguía siendo igual de efímero. Continué el paseo por aquella calle, probando una y otra vez, esperando poder atrapar aquel sabor en algún intento. En el horizonte se adivinaba un circuito de coches que bailaban bajo una algarabía de luces de colores y una rueda gigante que alcanzaba a tocar el cielo.

De mayor solía acercarme a otras barracas, agarrado a manos diferentes, a sentir el olor de aquel vapor rosado, y me seguía preguntando por el misterio de las nubes de azúcar. Quizá sea en efecto que quieren escaparse para volver al cielo de donde alguien las arrancó alguna vez. O tal vez, simplemente, sean las nubes las que nos transportan a lugares perdidos en la memoria, a calles olvidadas llenas de ruidos y colores, de olores nuevos e inesperados, de gentes y seres fantásticos en los que de mayores nunca creeríamos.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Con todos ustedes

Se me alargan las presentaciones más de lo que tenía pensado, así que procuraré ser breve. Este blog ha nacido un 6 de noviembre cuando hacía justo un año que empecé en la aventura de los talleres de creación literaria, cuando me decidí a escribir y a aprender a hacerlo. Allí he conocido a gente estupenda, tanto compañeros como monitores (que han sido lo mismo profes que compañeros), todos con un gran talento y cada uno con sus peculiaridades estilísticas. De ellos he aprendido en cada día y sin ellos seguramente todavía estaría mirando la cuerda desde abajo muerto de miedo. Siempre me han mostrado su apoyo lo cual les agradezco mucho y este blog va también por ellos.

Me apetecía crear mi propio blog, así que después de buscar un sitio donde poner la carpa, repartir unas cuantas entradas, y montar el escenario, ya está la función en marcha. De las experiencias “talleriles” como aprendiz literario han surgido algunos relatos y poemas que son los que colgaré aquí, junto a lo que vaya surgiendo, además de algunas noticias, reseñas, reflexiones y quizá algún artículo, siempre relacionado con la literatura o la ficción en general. Quería compartirlos con mis compañeros, amigos y con quien se encuentre con este rinconcito. No me importa si hay mucho o poco público, pero me gustaría seguir aprendiendo así que se aceptan comentarios, sugerencias, críticas, etc.

Un recuerdo y un saludo especial a mis compañeros y profes de: por un lado la la Escuela de Letras Libres taller de Chiclana, en el que ando metido, y por otro del taller Campus Crea y Crea Cuentos de la Universidad de Cádiz; y también a mi familia, amigos y compañeros de clase o facultad. Ya he hablado bastante de mi situación y mis sensaciones literarias en los dos actos inaugurales, así que para la próxima toca dar paso a otros personajes. Sin más, espero que os guste.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Vértigos y equilibrios

No soy ningún veterano equilibrista sin miedo al abismo bajo lo pies. En realidad, me siento como el tímido aprendiz que sigue los pasos de su maestro. Asustado por un aliento invisible en la nuca, el rolar de un viento espectral a levante y poniente, la cuerda que se tambalea y la barra de equilibrio que flirtea con el suelo. Y fatigado lucho por contener el vértigo. Y entonces, lo que queda de mí son sólo balbuceos.

Vértigo al vacío bajo los pies, vacío de una hoja en blanco, al universo en potencia que se proyecta más allá de las torpes esquinas de ese papel. El simple gesto de coger un lápiz, sentirlo entre los dedos, trazar un par de letras, componer unas palabras, parece tan sencillo. Sin embargo, cuántos miles, millones de variables con unos pocos signos. El universo literario parte del juego del lenguaje y se expande continuamente, es imposible de abarcar. Tantos libros pueden dejarse atrás en un paso, cuántas novelas, cuántos poetas, y los que no saben que lo son, y los anónimos…

Equilibrio. Caminar por una cuerda floja, por el fino trazo que dibuja volátiles laberintos de carboncillo. Un fino trazo en un papel plano, y sin embargo, hay un mundo ahí detrás, en el fondo de la hoja escrita, tan real como el que tocamos con los sentidos. Ahí está el equilibrio: en esa cuerda, en sus notas, en las palabras. Palabras. Jeroglíficos al fin y al cabo, juguetes de niño, piezas de un juego de construcción, esos puzzles de colores. Componer, experimentar, mover, quitar. Sin el juego, qué seríamos. Y qué seríamos, qué sería esto sin alguien a quien contar, sin el que nos mira y oye. Sólo signos vacíos alineados, letras huérfanas. Al final es el de enfrente el que pone la melodía.

Escribir es caminar por esta fina cuerda de lo alto que separa lo vivido de lo soñado, lo real de lo fantástico. Y sin embargo a veces se tambalea, y uno no sabe bien dónde pisa. Cuerda antojada de mundos diáfanos, curvas sinuosas de sus recovecos, a veces deseas verla romperse y caer, o lanzarte, abandonarla definitivamente, saborear el vértigo. Y sin embargo ahí sigues, ahí sigue la cuerda.

Equilibrios y vértigos… Contener, contenerse. A un lado, ser otro, dejarse contener, dejarse poseer. A otro lado, lograr efectivamente ser otro y no parecer uno mismo. Cuántas vidas para una sola… En un sólo lado de la barra de equilibrios están tus obsesiones, pasiones oscuras, sensaciones, deseos, odios, experiencias… vértigos. A veces es difícil aguantar la tentación de acariciar la cadera al vértigo, y deshacerse en tu crónica vital, una irrefrenable cantinela, una verborrea de sentimientos y frustraciones. Sin embargo, esos vértigos te recuerdan quién eres, dulces vértigos, ¿somos algo sin esos fantasmas del equipaje? Vértigos que empujan a hacer de ese otro un espejo, reflejo de palabras en un marco de papel. Pero en vez de eso hay que mirarse en un lago, tirar la piedra y ver las ondas en tu reflejo: buscar el equilibrio. O quizá no, quizá sea mejor bailar ese otro ritmo, el de los versos: hacer malabares con metáforas, destriparse tras cortinas de seda, o simplemente desnudarse, mostrarse sin tapujos. A veces me pregunto si realmente hay un equilibrio, un ritmo que seguir, al fin y al cabo ¿qué es el equilibrio? Un invento… un castillo de arena enfrente de un huracán, la obsesión enfermiza de un científico por establecer categorías, encarcelar la marea aleatoria del mundo en botes de plástico… Y sin embargo ahí está. Quizá lo mejor sea tirarse de la cuerda, perderse en el hombro de un amigo y simplemente hablar, contar, llorar, reír, aunque se haga de noche y los parques estén cerrados. De nuevo, buscar el equilibrio.

Quizá este camino es así por aquello de que el uno no puede vivir sin su contrario. Sin vértigos no habría equilibrios y al revés. Para encontrar a uno hay que buscar al otro. Vértigos jalando arriba y abajo. Vértigos humos que suben a la cabeza, que sacan los pies fuera del tiesto. Vértigos fantasmas, que hunden en el barro, paralizan las piernas. Vértigos miedos. Vértigos invisibles que erizan la espalda para reafirmar su existencia. Equilibrios vitales, equilibrios emocionales, equilibrios en las relaciones. Equilibrios biológicos, psicológicos, fisiológicos, pero un equilibrio patológico, obsesivo compulsivo, te puede volver un desequilibrado. Equilibrios económicos en esta sinfonía de crisis, papel-moneda, contrato-negocio. Creer, pero no creerse. Sensible pero no sensiblero. Original o universal, pero no tópico. Ser crítico y no censurarse. Sincero y verosímil. Decir cosas sin decirlas o dar demasiadas explicaciones. Vértigos y equilibrios, en fin, contar y narrar, vivir y escribir.

Hay días en que necesito un trago de vértigo, hoy tampoco he podido mantener el equilibrio.

jueves, 6 de noviembre de 2008

La Cuerda Floja (Inauguración del Blog)

Dame la mano amigo. Dame la mano y sigue a este equilibrista y camina por esta cuerda floja que separa el cielo del suelo. No mires abajo, que estas cuerdas son las del arpa que toca un payaso cuando canta a una sirena. No tiembles, que las notas no salen de los dedos de tus pies mientras caminas, que estaban ahí ya, posadas como el pajarillo que se asoma a tu ventana y que te espera por las mañanas para enredar su trino en tu pelo. No temas si a veces se tambalea, fíjate que estos hilos que pisamos son los que salen del muñeco al que arrulla en sus brazos el titiritero. Mira, mira, si son las cuerdas de un tendedero donde una vieja gitana cuelga al sol su disfraz de princesa, con el que se quita el hambre formando un jaleo o leyendo el futuro en la palma de dos monedas. No mires arriba ni a tus propios zapatos, simplemente camina, no tengas miedo… ¿Lo ves? Ya no coges mi mano, ya caminas tú sólo. Y ahora amigo, dime si realmente hay cuerda alguna, dime dónde está el arriba y dónde el abajo, que ya no sé dónde he puesto el vértigo…
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