lunes, 31 de agosto de 2009

La canción de todos los veranos

A la hora en que Juanito, el pequeño, va otra vez para el agua, flotador en ristre, yelmo de hombre rana, bañador rojo de los Power Ranger, y en la retaguardia gritos de “No te metas muy para dentro” o “Como tardes mucho voy a quitar el tapón de la playa”; a esa hora, entre la refriega con el agua salada y el solano en la cabeza, al estómago de Papá se le empieza a figurar la imagen del tortillón que aguarda escondido en la fiambrera de taperguare (que es de tapadera de rosca y nadie sabe por qué misterio sólo puede abrirla Mamá, como si fuera una caja fuerte de la que sólo ella conoce la combinación secreta). “El tintorro estará apucherao, mejor ni lo saques” –dice Papá mientras ve a Mamá trajinar con las bolsas de playa. “Ya te dije yo que tenías que haber comprado una nevera nueva.” –replica Mamá mientras le sirve a Papá el vaso de tintorro apucherao. A esa hora también, más o menos, llega de dar un paseo, con los pies en remojo, el tío Luis, el maestro solterón. Por el camino se ha fijado que todas las mujeres sentadas al sol leen el libro ese tan de moda, La reina en el palacio de las corrientes de aire, con los pezones al ídem. Sobre todo se ha fijado en lo segundo. La sombrilla, con su vestido de lata de refresco tiene, por su parte, inclinaciones diferentes. Pero más que imitar a la torre de Pisa, o saludar de una cabezada a la sombrilla vecina, parece implorar por recuperar su verticalidad. “Claro, si tú nunca me la metes bien”, suelta Mamá, la única que parece escuchar su ruego inanimado, y se dispone a recomponerla a la par que echa un par de reojos a Papá. Pero esta vez Papá no replica porque está en otra briega y no la oye o hace como el que no oye. Hay marea alta y Papá fortifica el chiringuito levantando una muralla, usando de pala el cuarenta y tres de su pie izquierdo. “No sé para qué” dice Mamá, y con razón. Porque el primer arietazo de las olas va a derrumbar las murallas inundando bolsas, rebozando pies, suspendiendo el concierto que Jessi, tumbada sobre la arena y absorta, lleva puesto en los oídos. En fin, mudando a todos los domingueros de la playa a otro improvisado campamento, a dos metros, o lo que es lo mismo, tres golpes y medio de marea, por detrás del anterior.


Ajenos al follón, el abuelo y el tío Luis están parados de pie como dos postes embobados, estudiando a la vecina que, para cambiarse la parte de abajo del bikini, ha decidido encortinarse en una toalla sin más ayuda que sus manos. Hasta que se da cuenta que manos sólo tiene dos y que el levante es más fuerte. Y mientras con una mano va subiéndose la prenda, de la otra se le escapa un pliegue de su cortina, dejando al descubierto pelámenes que asoman tímidos por encima del bañador como orejas de conejo por la madriguera. “Y yo sin traerme las gafas del lejos”, dice el abuelo. Mientras tanto, Jessi dice que pasa de la tortilla porque no le gusta si está empanada en arena. Y porque allí, a tres sombrillas de distancia, está horneándose un mullido pastel de ébano, de metro noventa y tatuaje tribal azucarándole el pecho. Y Jessi lo mira por detrás de las gafas de sol como quien mira por la puerta del horno, mientras piensa sin decir: ¡Quién le hincara el diente a ése! El negrón de sus fantasías no es precisamente ese que pasea flaquezas, alfombras y leopardos con forma de camisa por delante de las mirillas invisibles de cada hogar playero; sino ese otro del que hace un rato que Papá y el tío Luis se vienen riendo, pues dicen que se ha encasquetado el bañador con un calzador y que se ha dejado ahí dentro el palo de la sombrilla. Todo esto ante la indignación de Jessi, pero más que por solidaridad racial, porque Papá la sonroja cuando se marca ese terrible número musical que repite todos los veranos. Y se pone a entonar esa hortera (o eso le parece a Jessi) canción de “Mami, ¿qué será lo que quiere el negro? Mami, ¿qué será lo que quiere el negrooooo? Mami… Mami, ¿y el niño dónde está?” Eso pregunta Papá y Mamá que lo mira con ojos de búho, embebida como estaba en una conversación con la vecina, la de los pelámenes. “Ya vendrá, mujer, déjalo que navegue” dice el abuelo. Pero antes siquiera de que pueda parecerles que no viene, Mamá sale despavorida a por su niño, y se pierde ella también por las callejuelas de arena. Absorta en su Juanito el pequeño como va, Mamá no puede pensar en otra cosa, no puede escuchar la melodía de todas las playas: ni el soniquete aflautado del viento, ni el que voy que vengo que vengo que voy de las algas, ni el zumbido caliente y amodorrado del sol, ni el peinado de espuma que hacen las olas a la arena, ni tampoco a la mujer enlatada en el megáfono diciendo “Atención: se encuentra en el puesto de la Cruz Roja un niño que dice llamarse…” Es la misma canción de todos los veranos.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Scorpions love too...

If we'd go again
All the way from the start
I would try to change
The things that killed our love
Yes, I've hurt your pride, and I know
What you've been through
You should give me a chance
This can't be the end



I'm still loving you...

domingo, 23 de agosto de 2009

Murciélago (¿I?)

No había hecho justicia la muerte con el Murciélago, el rostro bilioso y la mueca contraída de la mandíbula, el esqueleto llamando a la puerta de su piel, el cuerpo blanquecino envuelto en la aséptica mortaja verde, pulida por la luz fría, etérea, de aquella sala de hospital. La enfermedad le acabó quitando el aspecto lozano y el rostro aparente que había conservado hasta la vejez. Las miradas de los presentes se cruzaban, huidizas, para acabar convergiendo en el mismo punto, el rostro contraído del cadáver, como esperando que tomara la palabra. A veces, surgían pequeñas conversaciones, como brotando de las paredes, pero nunca llegaban a ningún sitio. “Como un árbol, así se queda uno cuando muere. Eso lo he visto yo muchas veces. Sin sentío, ni . Cuando ves muchos muertos, como yo, dejas de creer en el cielo y esas cosas” Eso diría el Murciélago si pudiera verse a sí mismo tumbado en aquella camilla de hospital. Después de eso habría empezado con alguna anécdota sobre los días de temporal en alta mar, y luego a hilar una historia detrás de otra, y a entrecruzarlas como los afluentes de un río sin final aparente.


Le conocí hace unos cuantos años cuando yo era un chaval, y él ya un marino retirado. Yo era el chico para todo en la tasca de mi padre: poniendo copas, fregando vasos, limpiando el polvo aquí y allá, haciendo encargos. El Murciélago acababa de llegar entonces al pueblo en su casa flotante, una pequeña barcaza atracada en el puerto, y pronto se hizo un asiduo del bar. De hecho era siempre el primero y no recuerdo un día en que faltara, cumpliendo siempre el mismo ritual. Llegaba sobre las cuatro de la tarde cuando todavía no había nadie, saludaba levantando la mano, dejaba la chaqueta azul y la gorra en el perchero bajo el cuadro de la sirena, y se sentaba en el mismo banco de siempre frente a la barra. Pedía el primer vaso y esperaba que viniera alguno de los parroquianos para empezar la tertulia. Entre mis idas y venidas por el bar, me fui dando cuenta, casi de reojo, de que su afición por contar historias era tanta como la de empinar el codo. Pasaba toda la tarde encadenando cuentos con vasos de vino. “Me viene de chiquillo – solía decir – Mi padre me llevó una vez a un campo de uvas y en un descuido me colé ahí dentro y empecé a tragar, y a ver quién me paraba. Y claro, el gusto se me debió quedar pa siempre. Hasta que vi al dueño con un garrote y salí pitando de allí, claro – terminaba soltando una larga carcajada –”. Yo oía retazos de sus historias, a veces sólo el principio, otras el final. Solía repetirlas tantas veces que me preguntaba si no se cansaba de oírse a sí mismo. Al principio, le veía como un viejo charlatán, sin mejor cosa que hacer que pasarse las tardes y las noches sumergiendo su soledad en vino, dichoso de pensarse el centro de atención.


Poco a poco me di cuenta de que era diferente a aquella primera impresión, algo más que un viejo borracho, destilando batallitas, alambicando fantasías que luego se evaporaban en la madrugada. Empecé a tomarle cariño y terminé apreciando sus historias anónimas, de las que no salen en el telediario, de las que no se escriben libros. Me suscitaban cada vez más interés, y acabó no importándome si eran del todo verdad o no. Me acompañaban en los cierres del bar, cuando me sentaba al lado del Murciélago a veces hasta bien entrada la madrugada. Ponía mucho énfasis en sus palabras, gesticulaba y retorcía el cuerpo si hacía falta. Sus correrías por parajes exóticos, las noches en alta mar con extraños ruidos en la bodega del barco, sus aventurillas salpicadas de chismes o las historias de contrabando de tabaco que me susurraba muy bajo, satisfacían mi curiosidad por el rudo y apasionante mundo de los marineros, y mi afán goloso de misterios en una vida atracada siempre en puerto y falta de novedades como era la mía. Acabé preguntándome si su carrera no merecía un privilegio mayor que aquel retiro voluntario en nuestro garito.


Pero si hay algo que me ha dejado marcado por encima de otras anécdotas, fue la historia que me contó sobre una accidentada travesía por el Mediterráneo cuando su barco iba camino a Tánger. Me habló de aquello una noche de verano en la que quedamos los dos solos, no había nadie en la calle y mi padre se había quedado dormido haciendo números en el almacén. Era una noche tranquila y apacible, mal presagio de las tempestuosas imágenes que iba a formar algo más tarde en mi cabeza. Solía mezclar historias, dejar por la mitad una y empezar con otra, por ejemplo cuando se acordaba de otra cosa por algo que yo había dicho. Sin embargo esa noche habló de corrido desde la partida del barco. Llegado a cierto punto de la historia su voz empezó a volverse trémula y sus retinas a titilar. La mano izquierda erosionada y temblorosa, carcomida como el hierro oxidado, apenas podía sujetar el vaso. Serían las dos o tres de la mañana, cuando llegó a un punto en que no pudo seguir. La vivacidad y el dinamismo usual de su rostro dieron paso a una mirada perdida, a unos ojos desterrados en medio del desierto de agua que recreaban sus palabras. Por esos ojos fui a ver su cadáver al hospital. Me di cuenta de que realmente aquel hombre era más que el viejo y solitario marino del bar de mi padre. Era mi amigo.

Aquella noche de verano, cuando el Murciélago se calló, del almacén medio en penumbra llegaba el tintineo metálico de las llaves de mi padre. Le dije al Murciélago que era tarde, que ya terminaría de contar la historia otro día. Cuando le di la espalda, permaneció callado, pareció no haber oído mi despedida. Lo vi tomar el último trago y entonces hundió los ojos en el fondo del vaso, como leyendo el futuro en el poso del vino. Fue la última vez que lo vi en vida.

Imágenes

sábado, 15 de agosto de 2009

Summertramp

I can see you in the morning when you go to school...

Don't do this and don't do that
What are they trying to do? Make a good boy of you
Do they know where it's at?
Don't criticize, they're old and wise
Do as they tell you to
Don't want the devil to come and put out your eyes



Maybe I'm mistaken expecting you to fight
or maybe I'm just crazy I don't know wrong from right
But while I am still living I just got this to say
It's always up to you if you wanna be that, you wanna see that,
YOU WANNA SEE IT THAT WAY...

School (Supertramp, del disco Crime of the Century, 1973)http://www.sing365.com/music/lyric.nsf/School-lyrics-Supertramp/A07683240C11B6E4482569ED0018F5EA

martes, 11 de agosto de 2009

Un sobre y una flor (Una carta de amor...)


Un sobre y una flor
Y en el sobre un laberinto de troqueles
y un papelón de humos de mago,
diez cantos de diez sirenas
y un big bang en un vistazo.


Y en el sobre bigotes de gato
relamidos de amor por albóndigas y gacelas
la llave del pájaro enjaulado,
una bulla de hormonas jaraneras.

Y en el sobre noches azules,
donde reinan los gatos pardos,
que cazan colas de estrellas,
que cumplen deseos de fuego,
que cumplen sueños de árbol.

Y en el sobre, un don juan sin juan ni don
que inventa besos y palmas.
Y embotella al mar misivas,
por las prórrogas que hagan falta.


Y en la flor, un mequiere, un nomequiere,
un mequiere, un nomequiere.
Y en la flor, un panal de amormieles,
que abejas revoltosas desordenan.
Y en la flor, un estambre perdido,
que en el ancho levante navega,
que siembra piropos y espera,
y vendimia tan sólo suspiros.

Y en el sobre… una carta
Y en el sobre… esta carta
¿Comprendes ahora por qué me eres imprescindible?
...

El otro poema que dediqué a los letraslibrescos después de la noche de AmoresA los que estuvisteis allí os toca descubrir todos los 's (hay más que en la primera versión que publiqué en el blog de la ELL)

sábado, 8 de agosto de 2009

Noches azules

Después de una noche mágica en Prado del Rey dediqué un par de poemas de forma anónima a mis amigos de las Letras Libres en el blog del Colectivo. Como ya me han descubierto como el autor (o me he descubierto porque no pude resistir el interrogatorio, jejeje), voy a colgarlos aquí para compartirlos con los demás enredados.

Hace unas semanas os dije que en el Colectivo de Letras Libres preparábamos un recital con el título Amores… Pues bien, el pasado 24 de julio, vivimos una noche de estreno en el serrano pueblo de Prado del Rey. Fue en la coqueta Taberna Irlandesa de Prado, junto a algunos poetas del colectivo Aldaba. Fue una noche mágica y emotiva, la que vivimos en Prado. Encontramos un árbol azul florecido de campanillas doradas, paseamos por esas calles balcones con vistas a la sierra. A pesar de los nervios y el poco público, el recital fue muy especial. Todos mis compis rayaron a mucha altura recitando poemas y contando historias. Aquí un servidor pasó bastantes nervios, pero disfrutó como un enano leyendo La Playa de las Palabras y No escribas cartas de amor. La verdad es que fue mágico, muy especial. ¿Qué tendrán esas noches azules de verano?

Noches azules.
Noches mágicas.
De árboles azules
que brotan campanillas.
que tintinean voces azules.
Ayer fuimos una banda de gatos azules de arrabal.
Sin sueño y con sueños.
Y con hambres pero
atiborrados de deseos como lámparas mágicas.
Un grupo de músicos callejeros tocando el jazz del oasis.
Ayer supimos más que nunca que no nos pueden las tempestades
ni los relojes de arena.
Y a la noche, lanzamos un barquito de letras para que vivieran libres en el azul.
Azul océano
Azul árbol
Azul noche
Azul sueños

Besos
Lo dicho, que muchas gracias por todo lo que me habéis dado, que ha sido mucho

martes, 4 de agosto de 2009

Rastros en la niebla IV: Encadenado a un espejo

Hace tiempo que perdí la noción del rumor de mis pasos. Por eso sé que no van a darse cuenta. Es viernes, la noche está sentada y suena el último aviso. Levito por los pasillos vacíos bajo la luz blanca y helada. Las aulas comparten ya el neblinoso acento de la noche. Oscuras, sin los ojos atentos tras la procesión de trazos blancos en las pizarras. Esbozo un dibujo fantasmal de la clase. Buscando un espejo.


En estos momentos, siento que estoy encadenado al sórdido poema a medio escribir en los baños, al humo de la colilla tirada en el suelo, esposado a la tinta descorrida en los mensajes escritos en las mesas, atado a unos labios rojos y lascivos. Vivo en el aliento de la sangre que corre ahora caliente y terco por las paredes sucias… Ya se marchan los últimos, los que quedan, quizá para mí los únicos del mundo. De entre ellos, los guardianes han revisado minuciosamente cada recoveco de aulas, cafetería, salas de congreso, baños, pasillos. Pero yo sigo aquí. Buscando espejos. Ellos no lo saben.

Las luces se apagan. Me desvanezco.

sábado, 1 de agosto de 2009

Pide el párpado...


Pide el párpado que descortine el mundo las tibiezas
para preñar a la pupila de paisajes
desnudos de prejuicios y tapujos
donde el sol sea sol, la hierba, hierba…
y las salvas de color quemen el cielo.
Pide el ojo que las parras prendan como viejos vellocinos
Santificado sea el hueso y el gusano,
que si el porvenir se aliña de utopías, qué sé yo,
¿de qué sirve lo que hemos aprendido?
De qué, si la tierra se despereza, cansada
de fanegas y humedales, la asfixia el humo tosco
del futuro, no sabe cómo abrir ya sus ventanas.
Reposa como vieja aburrida cosiéndose la vida
a sus achaques. ¿De qué sirve, ojo, párpado, pupila, de qué…
si los colores se camuflan, si las ramas y las células callaran,
si la lucha que recitan en sus vientres silenciase?
¿De qué sirve si no las ve el que, en su casa, cierra los ojos
para dormir el sueño de los tontos, de los ciegos cortinados?

Cumplimos 50 posts… Un beso y un abrazo a todos los enredados…
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