lunes, 20 de julio de 2009

Rastros en la niebla III: Intruso

Una noche aciaga, mientras, débil y cansado, en la oscuridad envuelto, rumiando desconciertos sudorosos por la soledad que me embargaba, en el letargo, trémulo y aturdido, hastiado de las mismas páginas que narran ilusorias, heroicas hazañas, golpeando las puertas del sueño, de pronto oí, sibilino, sigiloso, un sonido. Cuando a tientas busqué devolver su rotundidad a los objetos, la luz sólo me mostró mi cuerpo cubierto por las piezas de un triste pijama, un escritorio, una cama, unos libros y poco más. Me dispuse a cruzar la frontera tras mis ojos cerrados, regresar a las llanuras volubles y pomposas. Pero entonces de nuevo el mismo sonido, aún más intenso, acechador que la primera vez.

“¿Qué clase de intruso se inmiscuye en esta noche calurosa y depresiva? ¿Quién se oculta, agazapado, tras las ramas de mis sueños?” Busqué la respuesta en la luz, subyugadora de los monstruos. Pero a nadie encontré. Irracionales figuraciones me llevaron a imaginar al intruso en algún escondite, oteando desde allí el horizonte de su gula. ¿Pero qué había de temer de aquel cuartucho si sólo había un escritorio, una cama, unos libros y poco más? ¿Acaso un vecino insomne, acaso un pequeño animal, acaso el viento en la ventana o poco más? Volví a voltear la moneda, y en el envés de nuevo caí al abrazo de las ebrias y algodonadas metáforas, deseando satisfacer mis anhelos en el arrullo del dios Morfeo. Pero entonces vi en el horizonte alzarse una aterradora figura: un caballero negro, lanza en ristre, acometiendo una justa, se dirigía hacia mí. Y su corcel en un pesado y denso galopar, iba emitiendo aquel mismo sonido, zumbante, turbador, ocupando todo el aire entre nosotros.

Lo que vi después no podría ser contado en los libros que se posaban en la mesa del dormitorio sin provocar la peor de las angustias. Arrastrada con una cuerda por aquel demoníaco caballo, una mujer, la que yo amaba en aquel silencio, y de su vientre desgajado brotaban pequeñas criaturas encorvadas y monstruosas que se desgañitaban en una diabólica carcajada. Destilaban sus entrañas efluvios cuyo rastro conducían a aquel caballero de los malos presagios. Tras ella, otros cuerpos, los de mis amigos y compañeros procesionaban con el rostro inerte, intercambiando sus cabezas al son de una absurda marcha. Pero no había tiempo para pedir ayuda, pues el intruso se acercaba a mí, ya estaba alcanzando mi frágil cuerpo hechizado por aquel molesto sonido. Intenté huir, zafarme de sus ataques pero él regresaba con la obcecada voluntad de los monjes. Después se alejó pero sólo para recrearse en su gula navegando entre oleadas de sonidos y gases invisibles, para volver de nuevo y atravesar mi piel. Repitió la acometida incontables veces sellando su estancia con pústulas de sombra y sangre.

Demasiado débil, demasiado cansado, preso del sueño, con los cajones abiertos, las lámparas en el suelo y las sillas en el techo, quedé a su merced, no podía hacer nada más que implorar su caridad. Pero entonces fue uno de sus embates el que me impulsó de nuevo a la frontera. En el sobresalto logré retornar la luz, y el lienzo del sueño se fue diluyendo, como si un frasco de amoníaco cayera de un estante y se fuera vertiendo lentamente sobre él. La imponente presencia de los objetos quedaba difuminada y yo me hallé en medio de aquel umbral de puertas entornadas. Llevé mis manos al rostro sudoroso, tratando de recuperar la calma y luego, giré la cabeza. Fue entonces cuando lo vi, tranquilamente posado justo delante de mí, el intruso.

Pero entonces observé que aquel engendro no era más que una minúscula gota de sombra, una insignificante nave alada, ligada a mi cuerpo por algún lazo inconsciente, su hocico largo y escuálido una diminuta aguja magnetizada a mi sangre, su cuerpo frágil y delicado como un frasco de cristal que se quebrara con sólo una palmada al aire. Asustado aún y avergonzado de mi suerte, mis pensamientos se debatieron en letanía: “¿Cómo ha podido su ridícula esencia copar todo mi ser, reducirlo hasta convertirme en un loco de alquiler en esta habitación? ¿Cómo ha logrado ser pincel involuntario de mis pesadillas, enmarcar el lienzo de este grotesco, el más patético que pudiera eyacular el más mediocre de los pintores? ¿Cómo ha podido producirse esta figuración? ¿Cómo ha podido, en fin, engendrar esta penosa parodia?”

Desde el cristal de la ventana empezaron a inundar el dormitorio tonos pastel. Pero ya era tarde. La sombra del intruso se derramaba por la estancia, y mi alma, de esa sombra que aún yace sobre el suelo no podrá liberarse… nunca más.



Imágenes

4 comentarios:

loose dijo...

Espectacular......
Nunca dejaré de preguntarme cómo puede ser tan sumamente poderosa nuestra mente como para hacer de molinos, valentías y quijotadas.

Besos.

Pedro Estudillo dijo...

Magistral, como siempre. Eres la reencarnaciòn del mismísimo Poe, estoy seguro.

Un saludo.

Equilibrista dijo...

Con el texto intenté homenajear a Poe, concretamente al poema El Cuervo. Como habréis visto, mi texto lleva el principio y el final de ese poema de Poe.

Pedro, ojalá, pero no es pa tanto, jiji. Bueno, digamos que es una versión veraniega de El Cuervo, un remake en plan canción del verano. Lo digo, porque el causante en la vida real de este relato fue un visitante, típico de estas fechas, muy conocido por todos. Y que suele volver a dar la lata por la noche verano tras verano.

Más o menos igual que Georgie Dann, pero más pequeño (todavía).

Si seguís las pistas, lo adivinaréis fácilmente...

Abrazos

Raquelilla dijo...

los dichosos mosquitos de los coj...., siempre haciendo de las suyas, pero esta vez, bendito sea que ha facilitado la creación de un relato tan POE-tico,jijiji.

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