lunes, 30 de enero de 2012

Los eucaliptos del dragón


Veintiocho grados a la sombra por este camino de zahorra bien marcado por hileras de rejas a una y otra banda. Veintiocho grados pero yo no me pienso quitar la armadura. Veintiocho grados y no me pesa ninguno, amigo. Llego a tu puerta, llamo al timbre y mientras no abres, el tiempo trota montado sobre tortugas decanas. Por fin, oigo moverse el pestillo que me suena a tintineo de lámpara maravillosa. Te saludo y te doy la mano y justo en ese momento, el olor de tu casa empieza a danzar por mi nariz. Y entonces un escalofrío cabalga por mi espina dorsal, un bálsamo que me llena el estómago de margaritas salvajes y la frente de caballos de viento. Un nosequé que me eriza los bigotes de dragón del casco.

Nos sentamos en el césped del jardín y el olor sigue revoloteando por toda la casa como libélulas de menta. ¿Por dónde lo habíamos dejado? Ah, sí. La cuestión era, te cuento, quién de los dos iba a decidir la misión de aquel día. Yo tenía a mi disposición todos los comandos. Ojos de Serpiente como siempre el primero en la avanzadilla, con Halcón siguiéndole muy de cerca. Miguel Ángel, Leonardo, Pegaso, Clark Kent… Bueno, la verdad hay que decirla: no estaban todos. ¿Te acuerdas de Cóndor? El pobre tuvo una desgracia: se ahogó en La Barrosa, pero porque era una ola de las gordas y no pude sacarle de la arena que si no, yo le hubiera salvado. Y a Armadillo lo dejé en mi casa embobado con Alaska. Pero vamos, que ese tío para  nuestras batallas, no valía ná.

"Pero yo creo que al final", me dices, "lo que pasó fue que nos embarcamos. Fuimos por el mar primero y después por el espacio, allí nos encontramos con Harlock, y después con Mazinger. Nos enfrentamos a la brigada espacial de Freezer y a un batallón de guerreros del espacio. ¿Te acuerdas? Los cojines nos hacían mucho lastre y tuvimos que tirarlos y fue por eso por lo que mi madre se enfadó." "Eso sería lo más seguro", te contesto. "Aunque creo que lo que tiraste por la borda fue el libro de vacaciones Santillana". "Eso sería lo más seguro", me respondes. Nuestras risas beben de este olor pizpireto y fantasioso que nos destapa la vida y los sueños.

Nos dan las ocho, las nueve, las diez justo igual que en aquellos tiempos. Saco el móvil para mirar la hora y es como si el genio de la lámpara chascara sus dedos para irse a dormir. Me acuerdo que tengo que quitarme el casco y la armadura de caballero para ponerme otra, menos liviana: la armadura de hombre adulto. Al final tengo que irme porque me esperan, amigo, aunque quisiera quedarme toda la noche recordando nuestras batallas. Pero tranquilo porque vendré otro día más a verte y sentarnos en tu césped, mientras el olor de tus eucaliptos hincha de recuerdos mis pulmones.

1 comentarios:

Noelplebeyo dijo...

buen lugar para evadirse

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