Buf, lo que tiene una que
aguantar. Que si los ataques de la cuchara, que si la mosca lanzándose en
picado… no la dejan a una trabajar tranquila. Me merezco una medalla olímpica de
natación por lo menos. Diez letras necesito para mi mensaje. Tengo que
buscar bien porque aquí hay un montón. Para colmo, me cae una lluvia de granos
de sal y luego una nevada de garbanzos que parecen pelotas de fútbol. Estos seres
me lo dejan todo hecho un asco. Al menos la hierbabuena no queda mal como
planta decorativa.
Pero no puedo distraerme, porque
si me enfrío, no me puedo mover… ¡y tengo mucho trabajo! Al fin consigo hacer
un buen hueco en el centro del plato. Nado hacia una V, luego cojo una A, esquivo la
cuchara, voy a por la I, esquivo a la mosca, serpenteo hacia una S, alcanzo la
otra A (esta A es muy importante), me parto en dos buscando una M oculta en el
montón de letras, me alargo hacia la O encima de una hoja, ahora la primera R
tras un garbanzo, regateo la cuchara, consigo la segunda I buceando en el fondo…
A ver… VAIS A MORI… perfecto sólo queda una R… y ¡voilá! Mi obra está terminada.
Cuando pasan los gritos de
terror, mi vecina, una telilla muy blanca y estirada, me lanza miradas de
desprecio desde su “torre de cristal” (eso se cree ella que es el vaso
desconchado donde vive). Se ve que para estos asuntos le van unos métodos más
viscosos, menos transparentes. A mí, la verdad, me gustan las cosas claras.
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