viernes, 28 de junio de 2013

La Cuerda del Equilibrista

(clica en la imagen para ver un vídeo)

No bastaron los pescozones en el cuello ni la voz de tijera de sus padres para cortar aquella pasión que le tamborileaba en el pecho, que le bailaba en la melena, aquel gorgoteo de aviones que le invitaba a descalzarse en las aceras y caminar con un pie tras otro por el bordillo. Su madre, que era la adivina de la caducidad del tiempo, antes que eso prefería verle de tragafuegos o de ilusionista. Su padre, un ilustre malabarista de burbujas, amenazó con quitarle su puesto en el circo si seguía empeñado en aquella idea de tan baja ralea. Pensó hacerse domador de gatos filósofos como algunos de sus compañeros del colegio. O ingeniero de sueños imposibles como uno de sus mejores amigos. O tal vez, entrenador de pelícanos poetas como aquel maestro que le enseñó a confiar en su corazón. A la vez que crecía, cambió las primeras escaramuzas en bordillos por los pasamanos o las verjas. ¡Si es que no puedes tener los pies en el suelo como las gentes de bien! repetía su madre. ¡Si es que te salen pájaros en la cabeza! ¿Y estos pelos qué son? insistía su padre. Hasta que un día, al fin, se animó a caminar por el tendedero que iba de la ventana de su casa a la de su vecina, una jovencita que por las mañanas hacía de mujer balín de plomillo y por las tardes estudiaba la magia de las palabras voladoras. Al subirse, los pies le chisporroteaban de miedo, se trastabilló muchas veces, se cayó más de mil y más de dos mil pensó no volver a subirse. Pero fue cogiéndole el truco, y caminó y caminó por la cuerda. Su número acabó gustando a las gentes del circo y sus padres acabaron aceptando a regañadientes que su hijo se dedicara a la imprudente y poco respetada profesión de equilibrista de cuerdas flojas.

El joven creció y creció y se convirtió en uno más de la gran compañía. En las alturas conoció algunos amigos que se paraban a hablar con él: un capitán de barcos a la deriva, un trapecista que se colgaba en notas musicales, una gitana vieja que volaba en un sol de luciérnagas trompetistas, un títere que viajaba en nube y que se había escapado del marionetista a costa de perder las manos. De lejos vislumbraba maravillosos mundos, islas distantes que flotaban en el aire. ¿Qué maravillas existían allí? Deseaba tener algún medio para poder visitarlas. De vez en cuando encontraba tesoros que habían caído en la cuerda: una orquesta de flores de corbata, una tarta de fresas volcánicas y hasta un nudo de sueños sin deshacer.  Un día, después de terminar una función más agotadora que de costumbre, se dio cuenta de que le habían crecido unas pequeñas alas en los pies y en las manos. ¿Acaso sus tobillos y sus muñecas se habían descascarillado como huevos de codorniz y habían revelado lo que realmente había en su interior? Una certeza le asaltó. Le tembló todo el cuerpo, pero supo que los buenos momentos le acompañaban, que por fin podría conocer esos nuevos y fascinantes mundos, y que siempre podría bajar a visitar a su familia y amigos. Sacó las tijeras de inaugurar alegrías, guardó todos sus tesoros en la mochila, respiró tres veces, miro arriba y abajo y después sólo adelante... Y entonces cortó la cuerda y se abalanzó a emborracharse de azul, a abrazar a las nubes y a bañarse de soles. Se embadurnó de las selvas de fuego verde, se fascinó con las canciones de los piratas del viento, conoció a las musas de los ríos del futuro, tocó el saxofón con los camaleones salvajes, se enfrentó al ejército de seda de los gusanos nostálgicos, brindó por la vida con los bandidos de la esperanza. Ahora se explicaba por qué nunca había tenido los pies en la tierra, por qué siempre le anidaban pájaros en la cabeza. Los años de equilibrista le habían enseñado a desoír al vértigo y a no tener miedo a descubrir cosas nuevas y misteriosas en las alturas. Aquel día, cuando cortó la cuerda, descubrió que tenía alas y que lo que siempre había querido era volar...


4 años, 7 meses, 22 días, 390 entradas y muchas aventuras después, hoy el Equilibrista llega al otro cabo, al otro extremo de la cuerda. Hoy este blog termina su andadura. Es una decisión que tomé hace algunos meses con ciertas reservas, pero desde entonces hasta hoy una serie de indicios, de coincidencias de la vida, me han hecho confirmarme en que podía ser este el momento de dar este paso. No habrá más entradas, pero La Cuerda no se corta, seguirá colgada con todas sus pinzas para que podáis subiros a ella siempre que queráis y recordar las aventuras que nos han sucedido hasta aquí. Todo lo que ha surgido en este blog va a permanecer de alguna manera, no voy a arrojar nada a la basura. Iniciativas que empezaron aquí las retomaré en otros lugares, pero será cuando se abran nuevos círculos. La puerta no la cierro, la dejo encajada. Ni que decir tiene que toda la experiencia que llevo hasta aquí me la quedo en la mochila. Y tranquilos, que no voy a dejar de escribir. Simplemente necesito cambiarme de traje, dejar de ser Equilibrista para ser otra cosa. El qué, no lo sé, ya lo iré descubriendo. Va a ser difícil porque este blog es parte de mi vida y se ha convertido en algo importante. Pero sé que es el momento de ponerme a prueba y atreverme a hacer cosas nuevas, a visitar nuevos caminos y universos. Inciertos. misteriosos e inseguros, pero nuevos, deslumbrantes y apasionantes. Gracias a tod@s por darme vuestro continuo apoyo, por animarme, por jalearme, por secarme las lágrimas, por enseñarme tanto. Nos seguimos viendo, batid bien vuestras alas porque sopla muy fuerte el viento y trae arena a los ojos, pero sobre todo volad sin miedo porque hay muchos mundos por descubrir. 

Un abrazo, amig@s
Deivid

2 comentarios:

Noelplebeyo dijo...

Pues buena suerte

Y feliz equilibrio

Cuidate y se feliz

Equilibrista dijo...

Gracias a ti, amigo Noel, por estar siempre ahí el primero, por rellenar el vacío que muchas veces ha tenido esta pizarra. Gracias por compartir tus sensaciones. Cuídate tú tambié y sé feliz. Espero que nos sigamos viendo por los mundos. Un abrazo, compañero!

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