martes, 4 de junio de 2013

Literature Kid y El Poeta

En esa embarullada y confusa época de la adolescencia, yo necesitaba la figura de un escritor al que idolatrar. Alguien que fuera el máximo héroe al que un pobre chaval juntaletras podía aspirar. Pero mentiría si digo que me comportaba como el alumno que estudia conzienduamente la obra de su maestro en pos de seguir su camino. Más bien era como Daniel Larusso al principio de Karate Kid, cuando se flipa pensando que con hacer tres aspavientos y medio ya se convierte uno en el señor Miyagi, maestro karateka. Así que busqué ese referente, pero daba igual no haber leído nada suyo ni tener claro lo que era el oficio de escritor. En el laberinto oscuro, melodramático e hiperhormonado en el que me encontraba perdido, yo estaba seguro de que aquella figura que había logrado grabar su nombre en la historia desafiando a la muerte y a la tiranía del olvido (respirad), abriría el chorrazo de luz que me revelaría el camino. Él solucionaría todas mis dudas con el futuro y mis frustraciones en el presente. Él sería el profeta, el héroe, el Superman...

Y es que yo me había marcado el objetivo de escribir, pero lo que quería sobre todo era ser conocido. Muy conocido. Universal e intemporalmente conocido. Quería comunicar, sí, pero también y antes que eso quería que el mundo mirara mi nombre escrito en todas partes con letras de neón. En mis pajillas mentales solía verme como el premio nobel más joven de la historia. Con dieciocho años. Y dos cojones. Es cierto que todos tenemos ese punto de ego que nos invita a trascender, pero aquella fantasía era como si las noticias literarias salieran en la SuperPop. Yo creo que no deseaba ese trofeo tanto por la fama o por vanidad, sino por una necesidad de aprobación cimentada en lo solo que me sentía. Aquellos espejismos eran como un tripi del que salía con un colocón de falsa autoestima que se evaporaba al cuarto de hora dejándome con una resaca de autocompasión.

Y en estas que aparece mi señor Miyagi: El Poeta. Yo había participado en un certamen durante los últimos cursos de la E.G.B. que llevaba el nombre de García Gutiérrez. Mi padre había nacido y crecido en la Plazuela Patiño, donde hay un busto de García Gutiérrez. Esto se debe a que en esa misma calle hay una casa con una placa que pone: "Aquí nació García Gutiérrez". Y el instituto en el que yo estudiaba tenía el nombre de ¿cómo no? García Gutiérrez. Las señales estaban ahí. Aquel hombre era mi faro a seguir. Vale, no era tan molón como una estrella del pop, ni tan épico como un superhéroe o un prota de los dibujitos chinos, pero si yo quería ser escritor tenía que tener un héroe enfrente para poner un poster con su foto en mi cuarto. Ahí estaba yo con el encoñamiento de una grupi mojabragas que piensa en su ídolo hasta cuando está dando de cuerpo (qué genial es este eufemismo de nuestras abuelas).

Del Poeta yo sólo sabía que fue un escritor del siglo XIX, famoso y romántico, y que había escrito teatro. Eso y que había nacido en Chiclana. ¡Un escritor que fue famoso y encima de Chiclana! Eso me permitía hacer tentadoras analogías y fantasear con que si él había logrado tener éxito y transmitir su obra naciendo en un pueblillo escasamente culto, por qué no podía hacer yo lo mismo. Lo imaginaba como el maestro puro e intachable, un Yoda de la literatura, dedicado en cuerpo y alma a la abnegada tarea de escribir, esa que a mí tanto trabajo me costaba lograr. El principal problema era que yo no estaba por la labor de ponerme a leer un libro de El Poeta. Ni del Poeta ni de nadie, porque estaba demasiado ocupado con mis quehaceres lúdicos manejando un avatar en épicas leyendas interactivas; o bien dedicado a reiterar la estimulante labor de verter efluvios púberes con el posterior empleo de numerosos rollos de papel higiénico para proceder a una pertinente y necesaria higiene... ... ... Jugando a la Play y haciéndome pajas, vamos.

Mi tuto: el "Poeta" (Noticias Dechiclana)
La encoñaera me duró hasta que mis perspectivas literarias fueron cambiando y evolucionando. Hasta que me fui dando cuenta de que si quería saber si ser escritor era lo mío, tenía que meterme en el fango. Por eso y también porque, para ser sincero, la imagen de García Gutiérrez, ese hombre antiguo y enchaquetado del cuadro, y sobre todo ese bigote, ese bigote tan serio, no me seducían para nada. Con una imaginación cimentada en las películas de acción, los dibujos animados de la tele, en las estrellas del pop y en los videojuegos, me di cuenta que El Poeta no encajaba en el modelo heroico que yo tenía. Tampoco ayudaba que en las clases de literatura no se hablara nada de él, ni aún llevando el instituto su nombre. Es lo que dice Gitana Rubia, que aquí en Chiclana, los chavales del instituto ni saben quién es García Gutiérrez. Al centro se le llama cariñosamente "El Poeta", pero la mayoría se queda ahí y nisiquiera se hace la pregunta de "Poeta... pero ¿poeta quién?

Con el tiempo me fui metiendo más en harina literaria y cambié al Poeta por otros autores en los que me sentía reconocido por algún detalle de su vida o su obra. Pero no os voy a engañar: a todos me acerqué muy superficialmente y a todos les coloqué ese halo a medias entre místico y heroico: Fernando Quiñones (¡gaditano pero nacido en Chiclana! ¡y encima usa el habla del pueblo, con lo que a mí me gusta!), Paul Auster (¡solitario y oscuro! ¡y neoyorquino, con lo que mola New York en las pelis!) y Haruki Murakami (¡japonés! ¡como los dibujitos!). Más tarde me acabé fijando en gente que conocía en persona y que tenía cerca: mis profes Miguel Ángel García Árgüez y Nieves Vázquez ejercieron una fascinación en mí que todavía dura. También descubrí en esta época que tuve un antepasado que fue célebre en Chiclana por sus gestas atléticas y por su gusto por la poesía, lo que le valió para que el pueblo le endilgara el apodo, no sé si cariñoso o sarcástico, de "El Loco Verdugo" (pero eso sería para otro texto). Con el tiempo, te das cuenta de que ninguno de esos ídolos es ese superhéroe que tenías en la cabeza, que todos han pasado y pasan por sus penurias. Que en el fondo, afortunadamente, todos son igual de humanos que tú. 

Pza Patiño: Busto de GG (dcha.) y casa de mi padre (izqda.)
Este año se cumple el bicentenario del nacimiento del Poeta y hemos tenido una charla sobre él en el Colectivo Letras Libres. El ponente Juan Carlos Rodríguez, consiguió que por fin viera la figura de García Gutiérrez en la medida que se merece, sin fantasmadas ni prejuicios. Ahí también pude darme cuenta que El Poeta era humano. Su vida no fue tan intachable e idílica como yo la imaginaba, y su biografía está plagada de misterios (de hecho, si en aquella época hubiera habido programas del corazón, habría dado para más de un debate). Aún no he leído nada suyo y reconozco que sigo sin sentirme demasiado tentado a hacerlo. Pero al menos puedo decir que conozco mejor al Poeta y que le reconozco el valor de hombre que reivindicó unos ideales (como la libertad de sentimiento y pensamiento) con los que me siento identificado. Y estoy contento de haber nacido en su misma localidad y tener, al menos a ratitos, esa inquietud literaria por la que él tanto luchó. Aunque sea una lástima que no vistiera kimono ni puliera cera contra sus enemigos...

"Lisa Simpson, ganadora del premio Nobel de Judo" (Homer Simpson durante una visita al psicólogo escolar, imaginando el brillante futuro que le espera a su hija Lisa)

2 comentarios:

Gitana dijo...

Deivi, gracias por recordarnos una vez más la importancia de nuestro Poeta.

Para mí ha sido todo un descubrimiento, y para descubrir nunca es tarde.

Un beso ;)

La Gata Coqueta dijo...



A ti que estás leyendo esto, te dejo las siguientes menciones...
Que tengas un fin de semana colmado de bendiciones,
para que tu corazón siga siendo un vergel de emociones.

Que a donde mires veas amor, siendo un toque de esperanza
y hacía donde camines encuentres la felicidad con templanza.

Esta que te quiere
y nunca te interfiere...
Atte.
María Del Carmen




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