De entre todos los guerreros que he tenido en mi ejército, recuerdo especialmente a uno. Aunque su nombre se pierde en mi memoria, recuerdo que era conocido como el caballero del Dragón. Se presentó ante mí un día de enero. Portaba una armadura de un verde radiante, que representaba al maravilloso ser al que veneraba. Venía buscando señor que le diera alimento y resguardo, a cambio de fidelidad y arrojo en el combate. Había estado una larga temporada encerrado, tan larga que no recordaba nada de su pasado. Le dije que no temiera por aquello, pues a mi lado tendría nuevo nombre y nuevas andanzas que vivir. Y aquello no tardó en acontecer, aquel mismo día, combatimos la alianza del señor oscuro de cadavérico rostro y del caballero de las garras de hierro, enemigo eterno de los cuatro hombres tortuga que desde hacía mucho tiempo me servían.
El caballero del Dragón tenía una figura un tanto desgarbada, algo afeminada. Era más ágil que fuerte, pero su cuerpo mostraba una fragilidad, que parecía que fuera a deshacerse. No obstante, batalla tras batalla demostraba su gallardía. Pero aquella era tan grande que en poco tiempo había perdido su armadura. Su aparente debilidad hizo que me fuera fijando en guerreros más poderosos, por lo que decidí alejarle del campo de batalla, pero mantenerle un techo de cartón en el que vivir. El caballero seguía ahí siempre listo para escuchar mi llamada. Debieron pasar varios años, cuando volví a hacerlo, y el caballero se presentó con gran alegría. Pero aquel día lamenté no haberlo olvidado para siempre en el pozo de mi memoria. Me encontraba en pleno campo de batalla, en las acolchadas llanuras de franela aguardando que las fuerzas del mal concurrieran, cuando apareció por sorpresa un enemigo inesperado. Tuve una disputa con él y encolerizó. Fue el caballero del dragón el objeto de su cólera. Lo cogió del suelo con una mano, y con poderoso ímpetu lo devolvió al suelo. La figura del caballero quedó desmembrada y decapitada con el impacto.
Hasta los señores que somos dioses para nuestros súbditos, tenemos debilidades. Por aquel entonces, yo tenía que rendir obediencia a otro señor de rango superior al mío y al que me ataban lazos familiares. Él había sufrido un arrebato de ira por algo que yo consideraba injusto (quizás me equivocaba, quién sabe, el tiempo difuminó el recuerdo). Aquel gigante adoptó maneras irracionales, de igual manera que lo que ocurrió con los dioses titanes y los olímpicos. En vez de castigar a mi persona, el caballero del dragón había sido destruído por aquel gigante, mi señor, mi padre.
En memoria de Shiryu, el caballero del dragón.
4 comentarios:
Sin duda, lo cotidiano también puede convertirse en epopeya. Todo está en nuestra cabeza...
Sí, sí. Esa era la idea, es lo que yo intentaba. La verdad es que suena raro, un recuerdo infantil (y un poco traumático) narrado de esta forma, pero me salió así en su momento y quería compartirlo aquí. Quizá habría que quitarle un mucho de trascendencia, no sé, habría que estudiarlo... Gracias por comentar Ernest :)
Y crecemos. Y creemos que somos los señores de nuestro destino. Sin intuir que fluyen bajo nuestros pies los designios de aquel señor -o señora, o ambos- que, muchos años más tarde, como si fuéramos también un juguete de plástico, son capaces de desmembrarnos. Y sin que haga falta un golpe, apenas con una palabra.
Tú lo has dicho Fátima. Es totalmente así. Esas cosas quedan ahí guardadas. Lo sano, aunque no fácil a mí me cuesta enormemente, es intentar llevarse bien, quererse y hablarlo.
Gracias por pasarte, un beso
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