Aquella mañana me desperté con los ojos pegados, por más que lo intentaba no podía separar los párpados. Tiré de ellos con los dedos pero sólo conseguía hacerme daño. Entonces (y aún no sé cómo se me pasó por la cabeza) intenté girar las cuencas hacia dentro. Fue extrañamente fácil conseguirlo, los giré 180 grados justos pero cuando recuperé la visión... no vi ni los huesos, ni los músculos ni los nervios del interior de mi cabeza. En lugar de eso veía una calle y muchos transeúntes que paseaban de un lado para otro. Relajados, sonrientes y misteriosamente descalzos.
Me ha gustado tanto este mundo que voy a quedarme. En poco tiempo me habré dado la vuelta del todo. Sólo me queda la mano derecha.
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