lunes, 9 de julio de 2012

Remember nº 10: Subterráneo

El papel de las cartas era lo único que servía para limpiar su mancha de culpa. Las cartas siempre abortadas eran mensajes que se enviaba a sí misma. La pluma iba sangrando el color de su pelo que aquel hueco húmedo y subterráneo le había ido robando.

En el sueño bestias con dientes podridos, negros, agua estancada y pútrida penetrándola, fluyendo por su interior. Saber durante nueve meses que un monstruo se alimentaba de su savia en su vientre, un monstruo lleno de hongos, estrías y gusanos.

Gusanos que le devoraban las entrañas desde la primera vez, terrible, lombrices desgarrando las flores cada noche hasta dejarla secas de savia, desgarrando sangre, el rocío, chupando.

Cada noche se repetía. La criatura en su vientre manchada, al fin la vomitó un día nadando / sumergida en hiel negra y sangre allí mismo en el lugar de su encierro, ausencia.

Por entonces recordaba aquella carta, la última que pudo llegar a su destino, su amigo Hans entre esperanzas de escapar de lo que más temía. Esos miedos tomaron forma. Llegó a odiar a Hans, ¿por qué no hacía nada? Supuso que el monstruo le había engañado.

Cenagoso. Privado.
Privada del consuelo de la luz del sol en la mañana, el descanso, a veces deseaba que el sueño durara para siempre y la liberara. Pero entonces al sueño regresaban los gusanos y las arañas, las serpientes, que le chupaban la savia.

A veces, le traía besos en las mejillas, palabras cariñosas, recuerdos de cuando fue otro, un chispazo difuso, creyó reconocer al que recordaba antes. Pero por la noche la historia se repetía.

Trataba de borrarlo, trataba de ocultarlo. Y lo veía como sus recuerdos en cada aniversario, en la cena de navidad. Pero lentamente la iba (dejaba que la fuera) carcomiendo por la noche, por dentro.

Entonces sólo le quedaban las cartas y trataba de purificarse con ellas y sus lágrimas.

No lograba distinguir a aquel hombre, si era el mismo que le arrullaba y le acariciaba la cabeza. Hasta que un día sus ojos  se iluminaron de deseo, y el juego se convirtió en hábito. Callar, cerrarse. Ocultarse en el subterráneo. O la bestia que le había robado la juventud.

Pasaron los años y ella seguía siendo una tabula rasa, un agujero, siempre con la esperanza de volver a la carta que algún día envió, de despertar de la pesadilla.

Ya no recordaba cuánto duraba un día.
La pesadilla terminó ¿cómo? Y ella pudo verse en el espejo. No estaba la niña (que había dejado veinte años antes) que ella tenía en su mente. Ella la esperaba pero sólo vio una flor mustia, desagradable, de pelo blanco, prematuramente envejecida. Abrazó a las cuatro criaturas que había engendrado con aquel hombre mientras los ojos de fuego desprendía aquel monstruo (se despedían).

Demasiado cansada, demasiado agotada, triste, para llorar. No le quedaban lágrimas. También se las había bebido.


Basada en la historia de Elisabeth
Imágenes: Shain Erin, Michael Hussa y ???
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