Os voy a contar la historia del enano Rumpelstiltskin. Seguramente muchos conoceréis esta historia que se hizo famosa en la radio como "El Enano Saltarín". Esta versión la retoqué yo a partir de una encontrada en internet. De este modo me la preparé para contarla en el taller literario Campus Crea de la UCA.
Érase una vez un campesino muy pobre, que vivía con su hija, una muchacha muy hermosa. El campesino era incapaz de pagar el impuesto del grano, y por eso el rey fue a verle. Para intentar salvarse, el campesino dijo:
– No tengo con que pagaros, pero tengo una hija que es capaz de hilar la paja y convertirla en oro.
– Si es así como decís – dijo el rey – entonces, para saldar vuestra deuda, me llevaré a vuestra hija. Ay de ti, si me estuvieras mintiendo.
La guardia real se llevó a la muchacha que se lamentaba entre sollozos, y la encerraron en los establos del castillo. Le llevaron un montón de paja y una rueca, y el rey dijo:
– Durante la noche, tendrás que hilar toda esta paja y convertirla en oro. Si no lo haces, por la mañana, morirás.
Érase una vez un campesino muy pobre, que vivía con su hija, una muchacha muy hermosa. El campesino era incapaz de pagar el impuesto del grano, y por eso el rey fue a verle. Para intentar salvarse, el campesino dijo:
– No tengo con que pagaros, pero tengo una hija que es capaz de hilar la paja y convertirla en oro.
– Si es así como decís – dijo el rey – entonces, para saldar vuestra deuda, me llevaré a vuestra hija. Ay de ti, si me estuvieras mintiendo.
La guardia real se llevó a la muchacha que se lamentaba entre sollozos, y la encerraron en los establos del castillo. Le llevaron un montón de paja y una rueca, y el rey dijo:
– Durante la noche, tendrás que hilar toda esta paja y convertirla en oro. Si no lo haces, por la mañana, morirás.
Cuando la muchacha se quedó sola, empezó a cavilar, buscando por unos minutos una solución, aguardando una tímida esperanza. Pero enseguida el atisbo de razón que quedaba en su cabeza se nubló. Se dio cuenta de que aquello era imposible y empezó a llorar y a llorar. Pero de pronto, milagrosamente, apareció de entre la tierra un enano. No debía medir más de un palmo, ¿o eran dos? El caso es que el enano dijo estas palabras:
– ¿Qué te ocurre muchacha, que lloras tan desconsoladamente?
– Tengo que hilar toda esta paja y convertirla en oro para mañana.
– ¿Qué me darás si lo hago por ti? – preguntó el enano.
– Puedo darte mi anillo – contestó la muchacha.
Entonces, el enano comenzó a hilar y a hilar la paja, transformándola en oro ante la fascinación de la muchacha. A la mañana siguiente, el rey quedó estupefacto y maravillado al ver el montón de oro. Pero también aumentó su avaricia y ordenó traer un montón más grande de paja y dijo.
– Durante la noche deberás hilar toda esta paja y convertirla en oro, y si no, morirás.
Llegada la noche, cuando quedó sola, la muchacha volvió a ver lo imposible de su empresa y empezó a llorar y a llorar. Pero apareció de nuevo el enano y dijo:
– ¿Qué me darás si hilo la paja y la convierto en oro?
– Puedo darte mi collar – contestó la muchacha.
Entonces, el enano volvió a hilar toda la paja en oro. Al día siguiente, el rey lo contempló frotándose las manos. Pero sus ansias aún no estaban satisfechas y mandó traer una cantidad de paja aún mayor que las otras dos veces. Había tanta que casi no cabía en los establos de palacio. Y dijo:
– Para mañana, tendrás que hilar toda esta paja y convertirla en oro. Si lo haces, te convertirás en mi esposa.
Por la noche, volvió a aparecer el enano y dijo:
– ¿Qué me darás si convierto toda esta paja en oro?
– No tengo nada más que darte – lamentó la muchacha.
– Entonces, prométeme que me entregarás al primer hijo que tengas con el rey.
– ¿Quién sabe si eso ocurrirá alguna vez? – pensó la muchacha y asintió.
El enano convirtió toooooooooooda la paja en oro. A la mañana siguiente, el rey contempló ante él todas las riquezas que jamás había podido desear y pensó que casándose con aquella muchacha sería el hombre más poderoso del mundo, y además gozaría de su gran belleza. Y así hizo. Se casó con la muchacha, fueron felices, comieron perdices y tuvieron un hijo.
Pasó un tiempo y la muchacha, ahora reina, acabó olvidando la promesa. Pero un día, estando en sus aposentos, apareció el enano y dijo:
– Dame lo que me prometiste.
La reina llamó a la guardia para que apresaran al enano pero fue inútil. El enano convertía a los soldados en estatuas de piedra o en inocentes animalillos con sus poderes mágicos. Entonces la reina se puso a llorar, pidió clemencia al enano y le dijo que le daría todas las riquezas del reino.
– No, un ser vivo vale más que todo el oro del mundo – contestó el enano.
La reina siguió llorando y suplicando y el enano dijo:
– Está bien, te daré tres días. Si para entonces eres capaz de averiguar mi nombre, conservarás a tu hijo. Además te concederé tres oportunidades, si a la tercera no has adivinado mi nombre, me lo llevaré y lo perderás para siempre.
La reina envió mensajeros por todo el país. Preguntaron a todos los hombres y a todos los animales. Pero nada lograron. Nadie sabía el nombre del enano. De hecho el enano jamás se lo había dicho a nadie pues siempre había vivido sólo. Pasó el primer día y nada averiguaron. Pasó el segundo, y lo mismo. Al tercer día, al caer la noche, cuando regresaron los mensajeros al castillo, la reina les preguntó si sabían algo. Todos contestaron que no. Pero uno de ellos que se había internado en un solitario bosque y había llegado hasta el pie de una gran montaña, había oído a un hombrecillo gritar desde lo alto:
“Hoy hago pan, mañana haré cerveza,
al otro, tendré al joven hijo de la reina.
Pues no hay en el mundo animal u hombre
que sepa que Rumpelstiltskin es mi nombre.”
Podéis adivinar la alegría de la reina al oír aquello. Aquella noche, cuando apareció el enano, le preguntó a la reina:
– ¿Sabéis ya cuál es mi nombre?
– ¿Te llamas César?
– Ese no es mi nombre – dijo el enano.
– ¿Te llamas Ricardo?
– Ese no es mi nombre – dijo el enano.
– ¿Te llamas… Rumpelstiltskin?
Al oír esto, una enorme cólera invadió al enano, su cara se encendió de furia, y empezó a dar saltos y pisotones de rabia.
– ¡El diablo! ¡El diablo te lo ha dicho! – gritó.
Y entonces, el enano empezó a arder y arder hasta quedar consumido en cenizas. Hoy, entre los habitantes de aquel lugar, se cuenta que sobre aquel enano, pesaba una maldición, según la cual si alguien pronunciaba su nombre, moriría al instante. Todavía se encuentran en aquella tierra los restos de aquel enano. Y así termina la historia del enano Rumpelstiltskin.
Tengo en la recámara un relato que podríamos llamar "secuela" de Rumpelstiltskin. Se trata de una historia diferente con este enano como protagonista. Si me da por continuarla y terminarla, la subiré.
Y sí, el nombre lo copié y pegué una y otra vez :P
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