En resumen, creo que no hace falta adornar demasiado esto del fin de año, celebrarlo si se quiere, pero sin acceder en extremo a las imposiciones sociales, o peor, la de los grandes almacenes y supermercados. Me parece genial que cada uno diseñe su propio fin de año alternativo y no tenga que ser mandatoria la cena familiar, el cotillón o derivados. Sea cual sea nuestro caso, el cambio de año no va a suponer un cambio radical en nuestras vidas. Y para el mundo en general tampoco, porque ya sabemos que el horno no está para bollos.
A partir de aquí podemos hacer dos cosas. Una: que aunque seamos conscientes de lo frágil que en el fondo es este hecho del cambio de calendario (que para la sociedad occidental es un hito en el camino, pero para el planeta no supone absolutamente nada), podemos aprovechar ese ímpetu o esa energía para facilitarnos cambios pequeños. Dos: pasar olímpicamente de este tema del cambio espiritual y no hacer nada, o bien pasarlo lo mejor posible si queremos unirnos a las celebraciones de los demás. En este panorama: yo propongo una tercera vía: el día de la ardilla.
¿Qué pasa cuando necesitamos una catársis pero no encontramos el momento? ¿cuándo adormecidos por el ritmo de la vida, de la rutina y del calendario nos dejamos llevar días y días dominados por el tedio, el dolor, el aburrimiento, sin darnos cuenta de que podemos hacer algo para cambiar? Nos vendría de perlas esa energía del fin de año, pero desgraciadamente estamos en pleno agosto, o marzo, o septiembre. Pues para eso propongo crear el día de la ardilla, un día que podría estar en un punto cualquiera del calendario, una celebración espontánea en la que proclamemos un cambio de ciclo y alentemos ese cambio de etapa personal. Podríamos celebrarlo sólo o con nuestros seres más queridos, o incluso podríamos invitar a algún desconocido que encontráramos por la calle. En el día de la ardilla no harían falta perifollos, ni pamplineos gastronómicos. En el día de la ardilla habría decenas de bombitas picantes, cientos de bombitas picantes, miles de bombitas picantes del mesón de las Américas de Cádiz. En el día de la ardilla habría pizzas barbacoa del tabitas a tutiplén, y helados de chocolate y de nueces. O no, porque eso es lo bueno del día de la ardilla, que cada uno lo podría celebrar como uno quisiera, sin comidas típicas (aunque si un grupo de amigos quiere podría crear una tradición siempre que no la impusiera).
En el día de la ardilla no habría esos subterfugios morales, ni esos rituales almidonados, ni esas falsedades de discoteca. Habría alcohol y tabaco si se quisiera, pero sin crear úlceras en las carteras. Se celebraría en casas personales, o en pinares, o en campos, o en salas con música que sólo podrían elegir los que celebran la fiesta del día de la ardilla. Podría haber lectura, videojuegos, o conciertos, o todo, cualquier cosa que nos haga felices. El día de la ardilla podría ser extremadamente sencillo, o más prolijo. El día de la ardilla no tendría una fecha fija obligatoria. Una vez lo celebramos un día y otra vez otro distinto, aunque si un grupo quiere puede acordar una fecha. Claro que si un amigo necesita de un día de la ardilla podría adelantarse o atrasarse. No todos los días podrían ser días de la ardilla, porque si no, perderían su encanto único. Pero siempre estaría la posibilidad de celebrarlo y crear ese momento, esa energía, ese ímpètu de energía positiva.
En el día de la ardilla no habría esos subterfugios morales, ni esos rituales almidonados, ni esas falsedades de discoteca. Habría alcohol y tabaco si se quisiera, pero sin crear úlceras en las carteras. Se celebraría en casas personales, o en pinares, o en campos, o en salas con música que sólo podrían elegir los que celebran la fiesta del día de la ardilla. Podría haber lectura, videojuegos, o conciertos, o todo, cualquier cosa que nos haga felices. El día de la ardilla podría ser extremadamente sencillo, o más prolijo. El día de la ardilla no tendría una fecha fija obligatoria. Una vez lo celebramos un día y otra vez otro distinto, aunque si un grupo quiere puede acordar una fecha. Claro que si un amigo necesita de un día de la ardilla podría adelantarse o atrasarse. No todos los días podrían ser días de la ardilla, porque si no, perderían su encanto único. Pero siempre estaría la posibilidad de celebrarlo y crear ese momento, esa energía, ese ímpètu de energía positiva.
¿Y por qué la ardilla? Bueno, pues la ardilla como podría haber sido otra cosa. Se me ocurrió así, sin pensar. A la amiga con la que hablé de esto, le comenté que molaría crear un día así y la idea que me vino fue la ardilla. Ahora que lo pienso, suena bien, porque la ardilla salta de un árbol a otro de una fecha a otra. Cada ciclo sería una parada de la ardilla, y cada cambio, un salto de la ardilla, recordandonos que siempre es bueno estar activos y en movimiento. Flow, fluir, dejarse llevar. Eso me dijo otra amiga, que fluyera, que era bueno dejarse fluir, no dejarse imponer, ni obligar a nada, pero sí no preocuparse demasiado por las cosas, vivir fluyendo, adaptándose, dejando estar los acontecimientos, y entonces moverse y actuar. Por eso, no os preocupéis mucho si esta entrada y salida no sale maravillosamente flower power con la familia extensa o en el cotillón lleno de gente. Siempre podréis acudir a los amigos de verdad, o a vuestros familiares más queridos para celebrar el día de la ardilla.
1 comentarios:
Todos los años nuevos se adornan de parabienes y deseos, promesas y objetivos. Pero el mejor de todos: continuar.
Avanti!
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