lunes, 31 de diciembre de 2012

Feliz Día de la Ardilla

El fin de año suele implicar una especie de catársis colectiva, un lavado kármico de cara y de espíritu en el que hay que desprenderse de las penurias del año que pasa, como si fuera un traje viejo y gastado. En la nueva etapa que comienza, ese folio en blanco que todos esperamos llenar de momentos memorables, pondremos todas las esperanzas en ganar la batalla a la miseria, la desidia, la rutina, el aburrimiento, el fracaso. Como dice una amiga, parece que es como pulsar reset e introducir un nuevo disco en blanco para grabar en él nuevas historias. El fin de año no es una mera rutina en el cómputo del tiempo. No es el tac que sigue al tic a las 0.00 del día 1. Hay que entrar con buen pie en el año nuevo y salir con buen pie del pasado. Hay que celebrarlo.


Me imagino que este imperativo del jolgorio ceremonial habrá sido estudiado por los sociólogos y habrá generado opiniones diversas. Personalmente pienso que divertirse es una de las actividades más saludables que pueden hacerse. Todos tenemos muchas cargas encima y estamos deseando que lleguen ocasiones para desprendernos, aunque sea por una noche, de las cadenas laborales, académicas, monetarias o morales. El problema es cuando la fiesta se anquilosa o se institucionaliza, cuando la espontaneidad da paso a la obligación y al protocolo. En nuestro contexto cultural (occidental, europeo, español) tres son las características tradicionales de esta celebración: emperifollamiento a ultranza ("hay que estar guap@s"), exaltación de la comida y la bebida ("hay que comer y beber cosas buenas hasta hartarse") y una propensión al desfase y el desipiporre ("¡hay que pegarse una buena juerga que estamos en fin de añooooo!"). La primera es como si facilitara ese lavado de cara, pertinente en toda ceremonia, pero especialmente necesario en esta. Es como si el baño pulcro, el traje de chaqueta, el vestido de gala, el peinado de peluquería, etc. contribuyeran a la recepción de la fortuna. Lo mismo con las otras dos características. No se puede cenar un puchero o un filete de pollo. En un día tan especial, tienen que fluir el jamón, el marisco, los filetes, la ensaladilla, el queso curado, el pollo, el pavo, las aceitunas, el paté de cabracho (por poner los ejemplos más típicos, luego ya de ahí para arriba para los pocos más pudientes, y de ahí para abajo para la gran mayoría menos afortunada). Hay que beber más que los peces del río de Belén, hay que bailar, hay que reír, hay que ir a la discoteca los solteros a buscarse un plan, hay que comer polvorones, y churros, y chocolate, etc, etc.

No quiero ser aguafiestas, la fiesta, la diversión, la compañía familiar o de amistades, me parecen maravillosas. El límite está en cuando se convierten en ostentación, compromiso y obligación. Después de todo en esta fiesta de cambio, no hacemos más que rascar la superficie, después de todo por más que lo pretendamos, esto no es más que un día más, una hoja más, una línea más. Un cambio de año, es sólo un paso, no es un cambio de ciclo en nuestras vidas. Ahora bien, uno puede tomárselo como tal, acceder al ímpetu del pensamiento positivo, dejarse llevar por el good feeling. Pero eso requiere trabajo, no es una varita del mago que te toca en el segundo 1 del año nuevo. Las catársis son necesarias a veces, todos recordamos ese momento en el que dejamos atrás algo que nos ha hecho sufrir y lo percibimos como un cambio. En realidad nadie nos ha tocado con una varita y ha hecho desaparecer la espina clavada, sino que hemos llegado a un punto de la evolución en el que nos sentimos aliviados. Porque nunca podemos ser tábulas rasas, somos procesos. Como me decía la amiga de la metáfora del reset y el nuevo cd, el cambio personal no se decide conscientemente. Muchas veces tenemos grandes expectativas puestas en la fiesta, o en el cambio de año, y luego se nos caen porque la cosa no sale como esperábamos.

En resumen, creo que no hace falta adornar demasiado esto del fin de año, celebrarlo si se quiere, pero sin acceder en extremo a las imposiciones sociales, o peor, la de los grandes almacenes y supermercados. Me parece genial que cada uno diseñe su propio fin de año alternativo y no tenga que ser mandatoria la cena familiar, el cotillón o derivados. Sea cual sea nuestro caso, el cambio de año no va a suponer un cambio radical en nuestras vidas. Y para el mundo en general tampoco, porque ya sabemos que el horno no está para bollos.

A partir de aquí podemos hacer dos cosas. Una: que aunque seamos conscientes de lo frágil que en el fondo es este hecho del cambio de calendario (que para la sociedad occidental es un hito en el camino, pero para el planeta no supone absolutamente nada), podemos aprovechar ese ímpetu o esa energía para facilitarnos cambios pequeños. Dos: pasar olímpicamente de este tema del cambio espiritual y no hacer nada, o bien pasarlo lo mejor posible si queremos unirnos a las celebraciones de los demás. En este panorama: yo propongo una tercera vía: el día de la ardilla.

¿Qué pasa cuando necesitamos una catársis pero no encontramos el momento? ¿cuándo adormecidos por el ritmo de la vida, de la rutina y del calendario nos dejamos llevar días y días dominados por el tedio, el dolor, el aburrimiento, sin darnos cuenta de que podemos hacer algo para cambiar? Nos vendría de perlas esa energía del fin de año, pero desgraciadamente estamos en pleno agosto, o marzo, o septiembre. Pues para eso propongo crear el día de la ardilla, un día que podría estar en un punto cualquiera del calendario, una celebración espontánea en la que proclamemos un cambio de ciclo y alentemos ese cambio de etapa personal. Podríamos celebrarlo sólo o con nuestros seres más queridos, o incluso podríamos invitar a algún desconocido que encontráramos por la calle. En el día de la ardilla no harían falta perifollos, ni pamplineos gastronómicos. En el día de la ardilla habría decenas de bombitas picantes, cientos de bombitas picantes, miles de bombitas picantes del mesón de las Américas de Cádiz. En el día de la ardilla habría pizzas barbacoa del tabitas a tutiplén, y helados de chocolate y de nueces. O no, porque eso es lo bueno del día de la ardilla, que cada uno lo podría celebrar como uno quisiera, sin comidas típicas (aunque si un grupo de amigos quiere podría crear una tradición siempre que no la impusiera).

En el día de la ardilla no habría esos subterfugios morales, ni esos rituales almidonados, ni esas falsedades de discoteca. Habría alcohol y tabaco si se quisiera, pero sin crear úlceras en las carteras. Se celebraría en casas personales, o en pinares, o en campos, o en salas con música que sólo podrían elegir los que celebran la fiesta del día de la ardilla. Podría haber lectura, videojuegos, o conciertos, o todo, cualquier cosa que nos haga felices. El día de la ardilla podría ser extremadamente sencillo, o más prolijo. El día de la ardilla no tendría una fecha fija obligatoria. Una vez lo celebramos un día y otra vez otro distinto, aunque si un grupo quiere puede acordar una fecha. Claro que si un amigo necesita de un día de la ardilla podría adelantarse o atrasarse. No todos los días podrían ser días de la ardilla, porque si no, perderían su encanto único. Pero siempre estaría la posibilidad de celebrarlo y crear ese momento, esa energía, ese ímpètu de energía positiva.

¿Y por qué la ardilla? Bueno, pues la ardilla como podría haber sido otra cosa. Se me ocurrió así, sin pensar. A la amiga con la que hablé de esto, le comenté que molaría crear un día así y la idea que me vino fue la ardilla. Ahora que lo pienso, suena bien, porque la ardilla salta de un árbol a otro de una fecha a otra. Cada ciclo sería una parada de la ardilla, y cada cambio, un salto de la ardilla, recordandonos que siempre es bueno estar activos y en movimiento. Flow, fluir, dejarse llevar. Eso me dijo otra amiga, que fluyera, que era bueno dejarse fluir, no dejarse imponer, ni obligar a nada, pero sí no preocuparse demasiado por las cosas, vivir fluyendo, adaptándose, dejando estar los acontecimientos, y entonces moverse y actuar. Por eso, no os preocupéis mucho si esta entrada y salida no sale maravillosamente flower power con la familia extensa o en el cotillón lleno de gente. Siempre podréis acudir a los amigos de verdad, o a vuestros familiares más queridos para celebrar el día de la ardilla.

Ha sido sanador escribir de esto
Feliz Día de la Ardilla y Feliz Extraño ;)

1 comentarios:

Cuenticiente dijo...

Todos los años nuevos se adornan de parabienes y deseos, promesas y objetivos. Pero el mejor de todos: continuar.
Avanti!

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