viernes, 2 de noviembre de 2012

Viento de Iris

“Cuando el cadáver de la abuela comenzó a oler a mal, decidimos sin demasiados remilgos que había que sacarla fuera de casa. Fue en ese momento cuando supimos que el viento de Iris había abandonado su cuerpo. Debes saber, amigo, que los mo’owei tenemos costumbre de mantener nuestros difuntos a nuestro lado hasta que su piel se vuelve blanca. Entonces sabemos que la persona ha desaparecido, pues el viento de Iris ha abandonado ese cuerpo para volver al seno del dios. El cadáver debe arder en la pira y desaparecer, para que no lo habiten los serai, para que el extranjero me entienda, los espíritus maléficos. Hay que evitar dejar el cuerpo más tiempo del necesario pues los serai penetran en la casa y atacan a los hijos de Iris que la habitan. En esto nos diferenciamos de los bárbaros nairos, pueblos del norte, que entierran a sus muertos en la tierra, sin darse cuenta de que así son pasto de los serai.”

“De igual modo, el cuerpo en vida debe purificarse continuamente con la sangre de Iris, lo que tú, extranjero, llamas agua, para que así el viento de Iris no sea devorado por los malolientes serai. Yo no sentí dolor pues sabía que la abuela ya no era ese cuerpo, pues ella, como hija de Iris ha vuelto a su seno. Por eso,
como pudiste ver, extranjero, sacamos el cadáver de la casa y nos dispusimos a hacerlo arder usando las lágrimas de Iris, lo que tú llamas fuego, en la hora del día en que el ojo del dios está en lo alto”. Así se pronunció mi anfitrión, mientras me narraba la historia de aquella anciana que yo había visto en su cabaña una semana antes justo cuando llegué al poblado. Al parecer su abuela había sido una sacerdotisa de Iris de gran influencia en la región. Yo había podido presenciar sus últimos días en la cabaña, viendo pasar delante del cadáver muchas personas que no sentían pesar, ni desgracia, como ocurre en mi mundo, sino que sonreían, hacían bailes y alabanzas. A los tres días de mi llegada, cuando el miedo y la confusión por el naufragio y la pérdida de mi tripulación empezaban a diluirse, cuando amanecía una nueva esperanza ante el descubrimiento de la hospitalidad de los extraños que me acogieron en la playa, pude contemplar como el cuerpo de aquella mujer, blanquecino por el paso del tiempo, era sacado de la casa del joven mo’owei.

Llevado al exterior, en la plaza del poblado fue colocado y sin más ceremonias se le prendió fuego, mientras unas jóvenes bailaban sonrientes y entonaban un animoso canto. Las costumbres de estos extranjeros me parecieron desde el principio extrañas y ofensivas. Pero debo reconocer que con el paso del tiempo, les encuentro un nuevo sentido. La perspectiva de su plena legitimidad se manifestó en mi mente, de una manera que al principio me asustaba y me confundía, pero ahora me anima a conocer más de estas gentes. Además, he trabado una grata amistad con el joven mo’owei que me acogió desde el primer día. Así lo quiero expresar en este diario que espero que algún día llegue a las manos de alguna persona de mi mundo para que conozca las costumbres de estas gentes tan extrañas y diferentes a las nuestras, pero a la vez sorprendentes y cautivadoras.




--- Imágenes ---
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