No los conoce ni los espera pero unos ojos azules la miran fijamente desde la otra acera de la calle. Pronto se dará cuenta y se dejará atrapar por ellos, y un rubor de amaneceres, que ya creía olvidado, se le instalará en las mejillas. Y eso que hacía pocos minutos ella había dicho que para qué iba a moverse de casa. ¡Para qué iba a ir a verla, si ya la llevaba por dentro! Y sin embargo había accedido a la costumbre una vez más, un día más, un año más.
Y por eso ahí está. Con Daniel agarrándole la mano, sumergida en la turba que espera la procesión con una ansiedad milenaria. Cuando ya cree que ha recogido suficientes provisiones de paciencia, despliega el mapa mental de una tarde larga y aburrida, y entonces, se topa con los ojos azules. La miran a ella. ¿La miran? No, no puede ser. Sí, es a ella. A ella, a ella, no a ninguna otra. La miran sin despegarse, sin dar la excusa de los parpadeos, sin esfumarse en una coincidencia. Entonces, siente el chispazo de la inquietud y se hace la despistada. Sus pupilas revolotean como abejas eléctricas y se posan en otros rostros desconocidos... Pero de nuevo caen en la miel azul. Se deja invitar, se deja sugerir, se deja guiar, se deja soñar por esos ojos azules hasta darse cuenta que ya ni puede ni quiere despegarse. Hasta saber que todas las cosas que pasan y que tienen que pasar por esa calle, van a violar ese beso mudo y a distancia, van a desgarrar la armonía del encuentro con unos ojos azules que ¡cómo son las cosas! no venían en el itinerario de su vida. Y para no perderlos de vista, su mirada va esquivando los cirios, los capirotes, el humo quejumbroso del incienso, los candelabros, los tricornios, el agrio madero del Cristo, las espinas, los estandartes, los reproches vestidos de sotana. Y la vigilia de corbata y la abstinencia de mantilla, y el qué dirán con sus tambores y cornetas cadavéricas, que arañan sin permiso el corazón y el estómago.
Es algo mucho más pequeño y mucho menos ruidoso lo que va a hacerle perder de vista a esos ojos. Un tirón en el brazo, tenue pero preciso, la obliga a mirar hacia abajo.
—Mamá, ¿por qué tienes la cara roja? —le pregunta Daniel mientras le clava sus ojos vírgenes.
—Nada, que me habré emocionado con el Cristo —contesta ella y es ahora cuando vuelve a levantar la cabeza y se da cuenta que a los ojos azules se los ha tragado la multitud que ya se derrama achacosa y estéril por toda la calle. —Anda vámonos, que tu padre ya tiene que estar en casa, desesperado para que le haga la comida.
En el camino a casa procesiona con Daniel en los brazos, volviendo de vez en cuando la cabeza hacia atrás. No vaya a ser que tenga en la espalda la marca de unos ojos azules.
Y por eso ahí está. Con Daniel agarrándole la mano, sumergida en la turba que espera la procesión con una ansiedad milenaria. Cuando ya cree que ha recogido suficientes provisiones de paciencia, despliega el mapa mental de una tarde larga y aburrida, y entonces, se topa con los ojos azules. La miran a ella. ¿La miran? No, no puede ser. Sí, es a ella. A ella, a ella, no a ninguna otra. La miran sin despegarse, sin dar la excusa de los parpadeos, sin esfumarse en una coincidencia. Entonces, siente el chispazo de la inquietud y se hace la despistada. Sus pupilas revolotean como abejas eléctricas y se posan en otros rostros desconocidos... Pero de nuevo caen en la miel azul. Se deja invitar, se deja sugerir, se deja guiar, se deja soñar por esos ojos azules hasta darse cuenta que ya ni puede ni quiere despegarse. Hasta saber que todas las cosas que pasan y que tienen que pasar por esa calle, van a violar ese beso mudo y a distancia, van a desgarrar la armonía del encuentro con unos ojos azules que ¡cómo son las cosas! no venían en el itinerario de su vida. Y para no perderlos de vista, su mirada va esquivando los cirios, los capirotes, el humo quejumbroso del incienso, los candelabros, los tricornios, el agrio madero del Cristo, las espinas, los estandartes, los reproches vestidos de sotana. Y la vigilia de corbata y la abstinencia de mantilla, y el qué dirán con sus tambores y cornetas cadavéricas, que arañan sin permiso el corazón y el estómago.
Es algo mucho más pequeño y mucho menos ruidoso lo que va a hacerle perder de vista a esos ojos. Un tirón en el brazo, tenue pero preciso, la obliga a mirar hacia abajo.
—Mamá, ¿por qué tienes la cara roja? —le pregunta Daniel mientras le clava sus ojos vírgenes.
—Nada, que me habré emocionado con el Cristo —contesta ella y es ahora cuando vuelve a levantar la cabeza y se da cuenta que a los ojos azules se los ha tragado la multitud que ya se derrama achacosa y estéril por toda la calle. —Anda vámonos, que tu padre ya tiene que estar en casa, desesperado para que le haga la comida.
En el camino a casa procesiona con Daniel en los brazos, volviendo de vez en cuando la cabeza hacia atrás. No vaya a ser que tenga en la espalda la marca de unos ojos azules.
--o--
Fotografía de Paco Abad, "azulterada" por mí
8 comentarios:
nada como una mirada de un color concreto
Ayyy, esas miradas. Me encanta la palabra "azul" mucho más que el color...qué misterio. En fin, tu micro genial, el contraste entre miradas que pierden y la semana santa de recogimiento es un puntazo. Muy bien llevado, y muy bien concluido. ¿Qué te pensabas que no me iba a gustar??, imposible querido deivid. Todo lo que escribes es una delicia.
ah quillo, y vaya despliegue de juegos de palabras, de palabras jugando y de metáforas punzantes. Eres un químico literario.
Me ha gustado mucho y entre todas las expresiones me ha encantado la de "los reproches vestidos de sotana"
Gracias por las bonitas palabras. Me gustaría preguntaros para hurgar un poco en el relato, a ver si puedo pulirlo. ¿Qué habéis pensado cuando leísteis lo de "Con Daniel agarrándole la mano"? ¿Con quién pensábais que iba?
Carmen, el azul siempre fue mi favorito, curioso. La palabra tiene algo mágico.
Jesús, me alegra que te haya gustado. Esa parte me gustó mucho escribirla, fue especial.
Noel, cuando la mirada tiene color hace que se te olvide todo lo demás.
Carmen, me he imaginado a mí mismo con la bata blanca y los matraces echando humo y yo con la cara quemá xD ¿Os acordais de la serie esa que era de experimentos y había un doctor con los pelos raros y un tio gordo vestido de ratón? ¿cómo se llamaba? Jesús, tú tienes que saberlo xD Hemos hablado de esa serie alguna vez.
jajaj, sé a quien te refieres pero no sé, tengo memoria pez pa esas cosas. Yo pensé rápidamente que Daniel era su pareja...pero será defecto parejal, ya me parecen que todos los novios se llaman Daniel.
Otra cuestión?
Yo pensé desde principio que Daniel era su hijo. Lo que los ojos azules pensé por un momento que era un hombre y también que era una imagen procesional
Guay, me gusta que haya diferencia de opiniones porque quería ser ambiguo con esa frase. Que no se supiera muy bien quién es Daniel, si es un niño o un adulto, si hijo o pareja.
Lo que no había pensado en ningún momento es lo de que los ojos azules podían ser de una imagen procesional. No era mi intención que pareciera eso, la idea era de que alguien la mira desde la otra acera (un hombre, aunque la interpretación queda abierta). Pero me viene bien saberlo, me parece muy interesante. Gracias a ambos por los apuntes ^^
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